Pero ésta no es la única aflicción numérica que desazona a las fuerzas del progreso. El otro gran enigma matemático que amenaza con inmovilizar a la progresía española es la teoría del Arquímedes. Se trata de ese extraño e implacable fenómeno por el cual las aguas izquierdistas se ven desplazadas por la irrupción del cuerpo felipista o zapateristas de turno, que aprovecha su líquido elemento para elevarse en cada contienda electoral en la que el voto útil llama a rebato.
Poco se puede decir del primero de estos desvelos aritméticos. Tan sólo sorprende cómo no pocos militantes y teóricos parecen haber recibido su impacto con la misma inesperada fe con que Pablo de Tarso aceptó su conversión. Si aquel tuvo que caer de su caballo –según noticias no confirmadas, todo sea dicho- para aceptar la llamada de Dios, otros han tenido que caer del grupo parlamentario para descubrir las perversiones de una ley electoral que está vigente más de treinta años.
Más calado tiene el impacto del principio descubierto por el sabio de Siracusa en los avatares de la izquierda española. Y es que desde que Felipe González impidió a Santiago Carrillo convertirse en el Enrico Berlinguer que liderase la descomposición de la izquierda, las relaciones con el socialiberalismo postmoderno han marcado los amores y odios de la siniestra. Así, no pocos han optado en los últimos tiempos por pasarse con armas y bagajes a la pretendida casa común como Diego López Garrido, o incluso al universo de papel cuché de Anita Obregón como Cristina Almeida.
Gaspar Llamazares optó –al menos por el momento- por la fórmula intermedia. Frente al quijotesco ZP, él representaría el papel del pragmático escudero, compañero de viaje leal que finalmente vería recompensada su entrega si no con una ínsula, al menos con un ministerio. Desgraciadamente, cuando dejó el cobijo virtual de Second Life, el asturiano descubrió que su organización se encontraba “sola, fané y descangallada” que diría el tango de Discépolo.
Por el contrario, otros afrontan la maldición arquimediana con la determinación del campesino frente a la sequía: sacando al santo a pasear. La supuesta coherencia ideológica se exhibe así a golpe de hoz y martillo, reivindicando una pretendida especificidad política que a menudo es mera retórica y, en ocasiones, simple reparto de cargos y anhelo por llegar a fin de mes con el acta de diputado, concejal o liberado sindical. Algo que explica la facilidad con que muchos militantes comunistas acaban en los brazos del PSOE o lo pronto que se olvidan aquellos abrazos peligrosos de algún secretario general del Partido a su homónimo socialista en plena campaña.
Con todo, lo más preocupante es que absortos entre cálculos y logaritmos se acabe olvidando el materialismo histórico. O lo que es lo mismo, esa imbricación crítica en una sociedad cada vez más desarticulada y vulnerable a fuerza de recibir golpes de ese neoliberalismo beato y cuartelario de los populares, o aquel otro con el rostro amable de ZP. Por eso es urgente recuperar a Marx, a Karl y a Groucho, a los dos, para que la próxima crisis financiera nos pille, al menos, confesados. Y salir a pasear por las calles, aunque eso nos deje sin un diputado.
2 comentarios:
muy bien Rambla, artículos como este levantan la moral y renuevan las ganas de seguir luchando por el socialismo
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