domingo, 24 de agosto de 2008

Primer plano, star system y septorrinoplastia

Desde que en 1903 Edwin S. Porter rodó El gran robo del tren, el mundo no volvió a ser el mismo. El pionero cineasta no sólo sentó con aquel filme las bases del modelo narrativo de un nuevo arte. También fijó uno de los principales recursos con los que contaría la incipiente industria cinematográfica no sólo para conquistar el mundo. El responsable fue un hombre de bigotes amenazantes que mirándonos fijamente con su incorporeidad en blanco y negro, nos disparaba a bocajarro desde la pantalla antes de desvanecerse entre el humo de su pistola.

Nacía así, oficialmente, el primer plano, recurso narrativo que determinaría la evolución del cine. La cercanía de la visión permitió al espectador reconocer al actor, identificarse con él, sentirlo próximo, interesarse por él y, sobre todo, seguirlo. De ese modo, a partir de ese momento todo estaba listo para que, unos años más tarde, Carl Laemnle, promotor de los estudios Universal, diera con la fórmula secreta para vender sus mercancías: el star system.
Hollywood se dedicó desde entonces a fabricar y distribuir estrellas, aplicando en ello la más fría racionalidad capitalista. Los cines de las ciudades más remotas, en los países más lejanos, se abarrotaban de público expectante ante la última película de Greta Garbo, Betty Davis o Ava Gadner. La receta se mostró infalible durante décadas. Sólo exigía un requisito: garantizar el éxito de aquel primer plano. Y había que cumplirlo al precio que fuera, como tuvieron que sufrir la mayoría de actrices de aquellos años a las que se arrancó muelas para realzar sus pómulos, o se extirpó costillas para acentuar sus caderas.
Aunque hace décadas que el star system dejó atrás su gran esplendor, su impacto fue tan intenso que terminó moldeando nuestra propia visión de una realidad que los mass media se encargaron en transformar en espectáculo. Así nuestro interés por el mundo acaba reducido a seguir los avatares de Fernando Alonso o Rafa Nadal, mientras que las preocupaciones políticas se limitan a conocer el nombre del protagonista del próximo estreno anunciado.
En la comedia de enredo que es la política norteamericana, por ejemplo, el artista revelación de la temporada es Barack Obama. El guión, como bien recordara estos días su candidato a la vicepresidencia, el veterano Joseph Biden, es el de siempre: recuperar el sueño americana y desear que Dios bendiga a América y sus soldados. Mientras, fuera de plano, las tropas norteamericanas y sus aliados ejecutan la última matanza en Iraq o Afganistán, con banda sonora de Judy Garland entonando por la eternidad su Over the rainbow.
Claro que más mérito tiene el caso español. Aquí se recurre al primer plano y al star sytem nada más y nada menos que para salvaguardar el reino y su monarquía. No en vano, la televisiva Leticia Ortiz se dedicó durante años a colarse en los hogares de sus súbditos, para que sus retinas acabaran reteniendo su imagen de futura reina. Y la estrella, como las mejores actrices de antaño, está dispuesta incluso al sacrificio del retoque quirúrgico con tal de mejorar ese perfil que algún día aparecerá estampado en las monedas. Una septorrinoplastia, en fin, con la que conseguirá planos más cercanos. Pero sobre todo, que mejorará la respiración de una Casa Real a la que horroriza la perspectiva de terminar asfixiada.