martes, 29 de enero de 2008

El albañil contra el broker



Las noticias sobre fraudes y engaños a los bancos siempre provocan una íntima sensación de cómplice alegría. La ensoñación de ver cumplidos todos los deseos, unida a la tranquilidad ética que produce el saber que quien roba a un ladrón tiene mil años de perdón, llevó en su día a media España a identificarse con las aventuras y desventuras de aquel carpetovetónico ladrón de furgones blindados que fue el Dioni.

En el extremo opuesto se encuentra hoy el caso de Jérôme Kerviel, el broker que con sus fraudes ha generado un agujero de 4.900 millones de euros al tercer banco de Francia. Este joven operador de las Société Générale se limitó a intentar ser un alumno aventajado en la selva de especulación financiera en que se ha convertido el capitalismo del siglo XXI. Por desgracia para él, sus errores de cálculo saltaron a la luz en pleno estallido de la burbuja económica, con una opinión pública ávida de poner un rostro a los causantes de su zozobra y unos consejos de administración encantados con la oportunidad de desviar responsabilidades.

Muy distinta es la historia de Lucio Urtubia el último gran atracador anarquista, heredero de una tradición asentada sobre los nombres de Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso o de quien fuera su iniciador en ese arte de lo que él prefiere denominar "expropiaciones", Quico Sabaté. Tuve la oportunidad de compartir unas horas con Lucio hace unas semanas en Valencia, adonde este veterano luchador acudió para participar en unas jornadas libertarias. El encuentro fue en un espacio poco dado a los deseos revolucionarios, uno de esos bares de una gran superficie comercial donde me fue narrando sus duros orígenes en Cascante, sus incursiones en el contrabando y sus robos durante el servicio militar que le obligaron a huir del país. Recordaba su llegada a Francia, aquellos días “entre ladrones y anarquistas” que cambiaron su vida: los círculos de exiliados ácratas donde no era extraño hallar a personalidades como Andrè Bretón y, sobre todo, su encuentro con Sabaté de quien heredaría una ametralladora Thompson, una navaja y su determinación.

Hombre de acción a la fuerza, que no duda en reconocer que en ocasiones se orinaba de miedo antes de un atraco, Lucio optó por derivar sus actuaciones hacia la falsificación. Su golpe más sonado sería la estafa con cheques de viaje falsos al City Bank, que a punto estuvo de costarle la ruina al banco. Aunque su proyecto más ambicioso fue provocar la bancarrota de Estados Unidos inundando el mundo con dólares falsos fabricados en Cuba. Le propuso el plan a Rosa Simeón, la embajadora cubana en París por los años 60, e incluso llegó a debatirlo en la sede diplomática con el mismísimo Ernesto Che Guevara. Sin embargo, el mítico guerrillero terminó por desechar la idea porque, a juicio de Lucio, estaba demasiado apoltronado en el poder por aquellos años.

Lucio Urtubia –que jamás se benefició de ninguno de sus estafas y atracos y vivió toda su vida trabajando como albañil- relata su historia con naturalidad, pero con desconcierto a un tiempo. No se vanagloria de un pasado digno de película y que efectivamente los realizadores José María Goenaga y Aitor Arregi han convertido en un documental nominado a los Goya. Sin embargo, no oculta cierto vértigo ante esas extrañas fuerzas que en ocasiones parecen reunirse en forma de destino para articular biografías insospechadas en algunas personas.

Lucio sigue viviendo en París de su pensión de albañil. Lejos quedan sus atracos, su ayuda a Albert Boadella durante su fuga tras La torna, sus planes para secuestrar al nazi Klaus Barbie o sus apoyos a los Tupamaros y a los Panteras Negras. Ahora dedica su tiempo a gestionar el pequeño centro cultural anarquista que ha impulsado en la rue des Cascades. Allí enseña a quien quiera escucharle una idea que condensa todas sus convicciones y vivencias: “La riqueza la crean los pobres, la pobreza la generan los ricos”. Una lección que a Jérôme Kerviel nadie se acordó de enseñarle en la facultad de Economía.

miércoles, 23 de enero de 2008

El dulce sueño de las mil y una noches



Desde los encuentros de José María Aznar con George Bush en el rancho de Crawford, la derecha española se encuentra atrapada por el embrujo de Karl Rove. Frente a los nostálgicos progresistas anclados en el afán de analizar la realidad para cambiarla —esa trasnochada reality-based community—, un asesor presidencial -que todo indica que fue Rove en una reprimenda privada al periodista Ron Suskind- defiendió la opción de inventar a cada momento realidades que se ajusten a los planes diseñados por el gabinete de sabios de la Casa Blanca.

El asesor del presidente norteamericano elevó así el engaño al rango de teoría política. Y desde ese momento, ni Washington ni el Pentágono reparan en gastos para buscar los mejores relatos con los que embaucar a los ciudadanos en lo que ya se conoce como la estrategia de Sherezade. Así, el Despacho Oval se llenó de diseñadores y productores televisivos a los que se encargó las mejoras tomas del presidente para promocionar sus hazañas bélicas por Oriente, o incluso de magos, como David Blaine, tal vez en un desesperado intento de sacar de la chistera las desaparecidas armas de destrucción masiva que justificaran la matanza.

Pese a lo cuestionado de sus teorías a la vista de lo que ocurre por Afganistán, Irak o Palestina, la música de Rove sigue inspirando a las cabezas pensantes de la calle Génova. El problema radica en que a la hora de escribir buenos guiones, España nunca tuvo la tradición épica de Hollywood, ni siquiera la colorista de Bollywood. Por eso, a Mariano Rajoy en lugar de superproducciones a lo Cecil B. de Mille, se la ha llenado la agenda política de películas a lo Sáez de Heredia de la posguerra.

En realidad no podía ser de otra forma con un imaginario conservador construido sobre la base de Raza, A mi la Legión y Marcelino, pan y vino. Una fusión entre cuartel y sacristía que se deja sentir en los grandes relatos difundidos por el PP durante estos últimos cuatro años: la conspiración judeomasónica tras los atentados del 11-M, la ruptura de España, la patria entregada a las malvadas ambiciones de los terroristas. Guiones vetustos y exagerados que pese a los intentos de la Conferencia Episcopal, parecen llegar agotados al arranque de la campaña.

De hecho, en las últimas semanas los populares han dejado en segundo plano los grandes relatos, ante el tirón de audiencia obtenido con el culebrón barato de amores y traiciones protagonizado por Alberto Ruiz Galladón y Esperanza Aguirre. Un sainete recibido con alborozo por la audiencia progresista empeñada en presentar al ambicioso alcalde de Madrid como a una especia de antihéroe con el que identificarse.

Y es que, con todo, lo peor no es tanto el afán del PP por crear y recrear ficciones a la medida de sus estrategias políticas, como la incapacidad de los socialistas por imponer sus propios relatos, más inspirados en la modernidad manchega de Pedro Almodóvar. En realidad, si en un principio el PSOE se sintió incómodo por la presión mediática que recaía sobre la desorientada personalidad de José Luis Rodríguez Zapatero, lo cierto es que ahora se encuentra encantado con la marcha del relato popular. Especialmente con la irrupción de Manuel Pizarro como estrella invitada en el serial televisivo. Su entrada en escena ha permitido rebajar la tensión sobre Zapatero y redirigir el protagonismo de la campaña electoral hacia los número dos de cada partido. Una maniobra que permite al europeísta Felipe González alertar del giro del PP hacia la derecha ultramontana, mientras se disimula el desmelene neoliberal que supone situar a Pedro Solbes en el primer plano de la pugna política. De este modo, el Ministro de Economía, pletórico de osadía, amenaza con debates para matizar los delirios del ex presidente de Endesa. Y al mismo tiempo, el Gobierno apoya la causa saharaui regalando misiles a Marruecos, el derecho de la mujer a decidir libremente su maternidad retrocede a los años 70 del siglo pasado y el juez Baltasar Garzón se entrega ensimismado a su misión histórica de salvar la democracia prohibiendo partidos.

Mientras tanto, Sherezade continúa relatando las historias que inventara Karl Rove. Y la reality-based community española sigue entregándose al sueño dulce de las mil y una noches.