Las noticias sobre fraudes y engaños a los bancos siempre provocan una íntima sensación de cómplice alegría. La ensoñación de ver cumplidos todos los deseos, unida a la tranquilidad ética que produce el saber que quien roba a un ladrón tiene mil años de perdón, llevó en su día a media España a identificarse con las aventuras y desventuras de aquel carpetovetónico ladrón de furgones blindados que fue el Dioni.
En el extremo opuesto se encuentra hoy el caso de Jérôme Kerviel, el broker que con sus fraudes ha generado un agujero de 4.900 millones de euros al tercer banco de Francia. Este joven operador de las Société Générale se limitó a intentar ser un alumno aventajado en la selva de especulación financiera en que se ha convertido el capitalismo del siglo XXI. Por desgracia para él, sus errores de cálculo saltaron a la luz en pleno estallido de la burbuja económica, con una opinión pública ávida de poner un rostro a los causantes de su zozobra y unos consejos de administración encantados con la oportunidad de desviar responsabilidades.
Muy distinta es la historia de Lucio Urtubia el último gran atracador anarquista, heredero de una tradición asentada sobre los nombres de Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso o de quien fuera su iniciador en ese arte de lo que él prefiere denominar "expropiaciones", Quico Sabaté. Tuve la oportunidad de compartir unas horas con Lucio hace unas semanas en Valencia, adonde este veterano luchador acudió para participar en unas jornadas libertarias. El encuentro fue en un espacio poco dado a los deseos revolucionarios, uno de esos bares de una gran superficie comercial donde me fue narrando sus duros orígenes en Cascante, sus incursiones en el contrabando y sus robos durante el servicio militar que le obligaron a huir del país. Recordaba su llegada a Francia, aquellos días “entre ladrones y anarquistas” que cambiaron su vida: los círculos de exiliados ácratas donde no era extraño hallar a personalidades como Andrè Bretón y, sobre todo, su encuentro con Sabaté de quien heredaría una ametralladora Thompson, una navaja y su determinación.
Hombre de acción a la fuerza, que no duda en reconocer que en ocasiones se orinaba de miedo antes de un atraco, Lucio optó por derivar sus actuaciones hacia la falsificación. Su golpe más sonado sería la estafa con cheques de viaje falsos al City Bank, que a punto estuvo de costarle la ruina al banco. Aunque su proyecto más ambicioso fue provocar la bancarrota de Estados Unidos inundando el mundo con dólares falsos fabricados en Cuba. Le propuso el plan a Rosa Simeón, la embajadora cubana en París por los años 60, e incluso llegó a debatirlo en la sede diplomática con el mismísimo Ernesto Che Guevara. Sin embargo, el mítico guerrillero terminó por desechar la idea porque, a juicio de Lucio, estaba demasiado apoltronado en el poder por aquellos años.
Lucio Urtubia –que jamás se benefició de ninguno de sus estafas y atracos y vivió toda su vida trabajando como albañil- relata su historia con naturalidad, pero con desconcierto a un tiempo. No se vanagloria de un pasado digno de película y que efectivamente los realizadores José María Goenaga y Aitor Arregi han convertido en un documental nominado a los Goya. Sin embargo, no oculta cierto vértigo ante esas extrañas fuerzas que en ocasiones parecen reunirse en forma de destino para articular biografías insospechadas en algunas personas.
Lucio sigue viviendo en París de su pensión de albañil. Lejos quedan sus atracos, su ayuda a Albert Boadella durante su fuga tras La torna, sus planes para secuestrar al nazi Klaus Barbie o sus apoyos a los Tupamaros y a los Panteras Negras. Ahora dedica su tiempo a gestionar el pequeño centro cultural anarquista que ha impulsado en la rue des Cascades. Allí enseña a quien quiera escucharle una idea que condensa todas sus convicciones y vivencias: “La riqueza la crean los pobres, la pobreza la generan los ricos”. Una lección que a Jérôme Kerviel nadie se acordó de enseñarle en la facultad de Economía.
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