miércoles, 23 de enero de 2008

El dulce sueño de las mil y una noches



Desde los encuentros de José María Aznar con George Bush en el rancho de Crawford, la derecha española se encuentra atrapada por el embrujo de Karl Rove. Frente a los nostálgicos progresistas anclados en el afán de analizar la realidad para cambiarla —esa trasnochada reality-based community—, un asesor presidencial -que todo indica que fue Rove en una reprimenda privada al periodista Ron Suskind- defiendió la opción de inventar a cada momento realidades que se ajusten a los planes diseñados por el gabinete de sabios de la Casa Blanca.

El asesor del presidente norteamericano elevó así el engaño al rango de teoría política. Y desde ese momento, ni Washington ni el Pentágono reparan en gastos para buscar los mejores relatos con los que embaucar a los ciudadanos en lo que ya se conoce como la estrategia de Sherezade. Así, el Despacho Oval se llenó de diseñadores y productores televisivos a los que se encargó las mejoras tomas del presidente para promocionar sus hazañas bélicas por Oriente, o incluso de magos, como David Blaine, tal vez en un desesperado intento de sacar de la chistera las desaparecidas armas de destrucción masiva que justificaran la matanza.

Pese a lo cuestionado de sus teorías a la vista de lo que ocurre por Afganistán, Irak o Palestina, la música de Rove sigue inspirando a las cabezas pensantes de la calle Génova. El problema radica en que a la hora de escribir buenos guiones, España nunca tuvo la tradición épica de Hollywood, ni siquiera la colorista de Bollywood. Por eso, a Mariano Rajoy en lugar de superproducciones a lo Cecil B. de Mille, se la ha llenado la agenda política de películas a lo Sáez de Heredia de la posguerra.

En realidad no podía ser de otra forma con un imaginario conservador construido sobre la base de Raza, A mi la Legión y Marcelino, pan y vino. Una fusión entre cuartel y sacristía que se deja sentir en los grandes relatos difundidos por el PP durante estos últimos cuatro años: la conspiración judeomasónica tras los atentados del 11-M, la ruptura de España, la patria entregada a las malvadas ambiciones de los terroristas. Guiones vetustos y exagerados que pese a los intentos de la Conferencia Episcopal, parecen llegar agotados al arranque de la campaña.

De hecho, en las últimas semanas los populares han dejado en segundo plano los grandes relatos, ante el tirón de audiencia obtenido con el culebrón barato de amores y traiciones protagonizado por Alberto Ruiz Galladón y Esperanza Aguirre. Un sainete recibido con alborozo por la audiencia progresista empeñada en presentar al ambicioso alcalde de Madrid como a una especia de antihéroe con el que identificarse.

Y es que, con todo, lo peor no es tanto el afán del PP por crear y recrear ficciones a la medida de sus estrategias políticas, como la incapacidad de los socialistas por imponer sus propios relatos, más inspirados en la modernidad manchega de Pedro Almodóvar. En realidad, si en un principio el PSOE se sintió incómodo por la presión mediática que recaía sobre la desorientada personalidad de José Luis Rodríguez Zapatero, lo cierto es que ahora se encuentra encantado con la marcha del relato popular. Especialmente con la irrupción de Manuel Pizarro como estrella invitada en el serial televisivo. Su entrada en escena ha permitido rebajar la tensión sobre Zapatero y redirigir el protagonismo de la campaña electoral hacia los número dos de cada partido. Una maniobra que permite al europeísta Felipe González alertar del giro del PP hacia la derecha ultramontana, mientras se disimula el desmelene neoliberal que supone situar a Pedro Solbes en el primer plano de la pugna política. De este modo, el Ministro de Economía, pletórico de osadía, amenaza con debates para matizar los delirios del ex presidente de Endesa. Y al mismo tiempo, el Gobierno apoya la causa saharaui regalando misiles a Marruecos, el derecho de la mujer a decidir libremente su maternidad retrocede a los años 70 del siglo pasado y el juez Baltasar Garzón se entrega ensimismado a su misión histórica de salvar la democracia prohibiendo partidos.

Mientras tanto, Sherezade continúa relatando las historias que inventara Karl Rove. Y la reality-based community española sigue entregándose al sueño dulce de las mil y una noches.

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