jueves, 20 de diciembre de 2007

La democracia del carpetazo


Las nuevas tecnologías casi han condenado a la prehistoria de los recuerdos aquella castiza expresión que daba por acabado un asunto que se antojaba difícil e interminable: “dar carpetazo”. Aquel pesado caer de azules tapas de cartón sobre los papeles y el seco latigazo de unas gomas amarrando las esquinas, señalaban que había llegado el momento de conducir aquellos documentos y legajos a los fríos depósitos del olvido, aceptando así una lógica burocrática tan incomprensible, como incuestionable.

En cualquier caso, hoy, cuando las carpetas están quedando reducidas a un inmaterial icono en la pantalla del ordenador, seguimos sumidos en esta cultura del “carpetazo”. Más aún. Esa resolutiva forma de entender la vida se ha incrustado hasta tal punto en la sociedad que cada vez nos sorprende menos esta suerte de “democracia del carpetazo” en que se ha convertido la política.

No en vano, tiempo atrás, aún lograba escandalizarnos la facilidad con que algunos políticos recurrían a este rigor burocrático para zanjar los contratiempos. Todavía causa cierta dentera ética recordar la afirmación de “teníamos un problema y lo hemos resuelto”, lanzada por José María Aznar hace algo más que una década, para justificar la decisión de dar carpetazo a la incómoda llegada de inmigrantes a base de narcotizadas repatriaciones.

Por el contrario, a estas alturas ni siquiera nos inmuta que el progresista Gaspar Llamazares, tras sentirse exultante por haber sido designado candidato de IU con el rechazo del 14,1% de la militancia y la indiferencia del 62,5%, decida animar la participación crítica en el seno de la organización a golpe de “carpetazo”, purgando a Felipe Alcaraz, Manuel Monereo y Willy Meyer de la dirección. O desautorizando la asamblea de EUPV para ir en defensa de una minoría tan “perseguida” en el País Valenciano que tiene la mayoría en el grupo parlamentario autonómico, donde pudo aplicar la “política del carpetazo” de su mentor en Madrid y destituir contra lo acordada a la dirigente Glòria Marcos.

Lo más curioso, con todo, no es la apatía con que se reciben estos hechos, sino el alborozo con que son acogidos por comunicadores y columnistas encantados con esta nueva “democracia del carpetazo” que pone coto a las ideas “añejas” y “trasnochadas” de una izquierda que se resiste a la modernidad. No en vano, este tipo de prácticas son desde ahora esencia misma de la arquitectura política europea desde el momento en que Bruselas optó por “dar carpetazo” a la crisis abierta por el rechazo ciudadano a la Constitución comunitaria, con la expeditiva decisión de anular cualquier referéndum y aprobar el documento camuflado ahora como Tratado de Lisboa.

Eso sí, para guardar las formas, una comisión de sabios analizará los retos que aguardan al futuro de Europa. Al frente de la misma estará Felipe González, cuya filosofía política se condensa en un proverbio: “gato blanco, gato negro. Lo importante es que cace ratones”. La oposición democrática en Venezuela seguro que está encantada.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Las dudas



René Descartes nos recordó hace tiempo que la duda es buena consejera en el difícil camino del conocimiento. El dogma es enemigo de la curiosidad y una mínima dosis de duda es, posiblemente, el mejor antídoto contra la intransigencia. Si el filósofo francés aplicaba la receta al campo de la investigación, no parece menos apropiado el remedio para los delicados males de la política.

Y, sin embargo, la duda cartesiana parece un recurso cada vez más en desuso en nuestras decadentes y autosatisfechas democracias. Si las gigantescas letras que componían la palabra ZWEIFEL(1), con que el artista nórdico Lars Lamberg coronó el Palast der Republik de Berlín, el antiguo parlamento de la RDA, estaban cargadas de escepticismo ante la caída del muro, la decisión de la canciller Angela Merkel de eliminar el oxidado edificio de las orillas del río Spree no está menos llena de metafórica certeza. En la nueva Europa neoliberal del siglo XXI no hay espacio para la duda.

Como tampoco lo hay en los Estados Unidos, donde la gastada democracia alabada un día por Alexis de Tocqueville se rinde ante los herederos del senador Mcarthy empeñados en dar en Guantánamo una última vuelta de tuerca a su obsesiva caza de brujas. Frente al terrorista, como ayer frente al comunista o al hereje, no cabe la duda: sólo la implacable determinación. Más aún, la mínima vacilación resultará sospechosa.

De este modo, el terrorista, encarnación del Mal como el Ángel Caído, ni siquiera necesita materializar su maldad. Y si a los ojos de Dios un mal pensamiento es suficiente para la condena eterna, a los ojos del Estado postmoderno y globalizado un pensamiento inadecuado merece la respuesta de todo el peso de ley. En Guantánamo… o en Madrid.

Por eso es irrelevante que al medio centenar de imputados en el proceso 18/98 no se les acuse de ningún atentado, ni de comprar explosivos. Simplemente, pertenecían a la izquierda abertzale, lo que irremediablemente les convierte en miembros de ETA y, por lo tanto, en merecedores de 527 años y seis meses de prisión. A fin de cuentas, como señala el informe del fiscal, ¿acaso no buscaban “impulsar la revolución desde dentro del sistema democrático”?.

También ANV forma parte de la izquierda abertzale. Aunque ellos mismos siempre se definieron así, lo ha descubierto ahora la Guardia Civil. Y lo ponen por escrito, en rigurosos informes de los servicios de benemérita inteligencia, cuya sola existencia evidencia las peores sospechas. Por eso habrá que ilegalizarla, y luego encarcelar a sus líderes o, incluso, quién sabe, a sus miles de votantes.

Más aún, tal vez algún día sea necesario ilegalizar o encarcelar a esos afiliados, votantes o simpatizantes de IU o del PCE –puede que incluso a algún despistado socialista- que aspiran a realizar la revolución desde dentro del sistema democrático. Como si pensar que el objetivo de la democracia es posibilitar la transformación social y política sin recurrir a la violencia, no les convirtiera en sospechosos de ingenuidad.

No, frente a las ideas inapropiadas no cabe la duda, ni el titubeo, ni la indecisión. Mariano Rajoy, Ángel Acebes y Eduardo Zaplana están vigilantes. Y los asesores de José Luis Rodríguez Zapatero recomiendan un giro al centro.

---------------------

(1) "Duda" en alemán

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Tierra de nadie


A fuerza de vivir a medio camino entre la globalización y la realidad virtual, hemos acabado condenados a deambular por una especia de tierra de nadie, de limbo geográfico donde afrontar el día a día. Espacio incierto al que ni la muerte parece poner perfiles definidos una vez apurado el último trago.

Es lo que le pasa a José Herrera, difunto tullido y desventurado, que espera desde hace semanas en una fría morgue valenciana que alguien decida cual es el destino final de sus incompletos huesos. Recaló con sus males en una residencia de Picassent, pero le atacó la definitiva en la habitación de un hospital de Valencia. Ahora, ni unos ni otros quieren hacerse cargo de sus incompletos huesos, o lo que es lo mismo, del gasto que supone lanzarlos a una fosa común.

Y es que ya no queda espacio físico ni para la muerte. En Guanajuato hicieron de ello virtud cuando descubrieron que aquella tierra, tan buena para las fresas en la vecina localidad de Irapuato, no lo era menos para los cadáveres en tránsito a mejor vida. El entusiasmo con que los visitantes gringos contemplaban aquellos cuerpos tan bien conservados, les animó a ir vaciando sus nichos para dejar paso a nuevos inquilinos, haciendo de sus anteriores moradores piezas valoradas de su museo de Momias.

Claro que en ocasiones la vida se encarga de destrozar tanto al últimado que no se le deja opción al terruño para obrar el milagro de la conservación. Siempre en tierra de nadie. Como a ninguna parte conducía la carretera que veintidós trabajadores afganos estaban construyendo para el ejército norteamericano en la hermosa región sureña de Nuristán. Descansaban en sus endebles tiendas cuando un avión norteamericano decidió que ya habían llegado demasiado lejos y les reventó el sueño con bombas inteligentes.

También Larami y Moushin vivían en ese agujero negro que son los banlieue, los barrios periféricos, hasta que su motocicleta se empotró contra aquel coche policial. Ahora Viliers-le-Bel arde de nuevo, espontáneo, marginal, salvaje. Mientras las fuerzas antidisturbios le recuerda que sólo son tierra de nadie.

jueves, 22 de noviembre de 2007

África, entre el muñón y la esperanza


Cuando África existe, cuando el continente negro logra alcanzar esa mínima visibilidad que le otorga un fugaz instante en los telediarios, es para convertirse en metáfora del espanto. En otro tiempo, su nombre femenino llegaba envuelto por el evocador tronar de los tambores, las últimas y esperadas noticias sobre la pugna entre Speke y Burton por alcanzar las fuentes del Nilo, el rugir de leones tras los pasos perdidos del doctor Livingston o la cristiana búsqueda del buen salvaje, demasiado inocente para afrontar solo, sin la férrea disciplina misionera, la tentadora naturaleza sensual que le rodeaba.

Eran los tiempos en que el colonialismo se adentraba por el Níger con la sonrisa entusiasta del progreso en el rostro y la voracidad de los viejos buques negreros oculta en las entrañas. Luego llegarían los Bokassa para garantizar que nunca les faltaran los diamantes a los Valèry Giscard D’Estaing de turno en los consejos de ministros o las juntas de accionistas. Y los bienpensantes del mundo libre decidieron que había llegado el momento de olvidarse de África, pues la discreción es la mejor consejera de los negocios.

Para cuando Francis Fukuyama anunció el fin de la historia, el continente ya había desaparecido. Sólo algunos documentales en canales de mínima audiencia, recordaban a los telespectadores que África continuaba viva, pero sólo como paisaje, como refugio de fauna salvaje, sin gente, vacía. Por eso nadie entendía nada cuando el primer machetazo cayó sobre Ruanda. Sólo quedó el rostro desencajado ante el horror y la matanza.

Desde entonces África es la geografía del terror que periódicamente asalta nuestras sobremesas con el dilema de adivinar cuál es la mayor catástrofe: ¿Darfur? ¿Somalia? El mítico paraíso que vio dar sus primeros pasos al hombre se ha convertido hoy en la tierra de podredumbre origen del Sida, una balsa de Medusa a la deriva de la que todos quieren escapar en los cayucos de la desesperanza amenazando así nuestras cálidas costas de tranquilidad.

Y en la mirada selectiva de hoy sobre África, como en la de ayer, no existe espacio para el africano. Ni siquiera ese mínimo respeto distante que planteara Conrad cuando se asomaba al corazón de las tinieblas. Así se enmudece la voz crítica del continente y se evitan los recuerdos incómodos para nuestra autocomplacencia. Recuerdos como los de Thomas Sankara que hastiado del papel de víctima o verdugo que el guión reserva a los habitantes del continente, decidió escribir un nuevo relato para hombres y mujeres dignos y lo llamó Burkina-Faso. Al volante de un Renault-5 se adentró por los duros caminos de una revolución que buscaba la ingenua meta de la felicidad. Era consciente de que los cambios necesarios llegaban tarde, pero también estaba convencido de la necesidad de impulsarlos antes de que fuera demasiado tarde.

Un 15 de noviembre los africanos se despertaron estremecidos por la noticia del asesinato de Sankara. Hace sólo veinte años de aquella muerte que contó con todas las bendiciones de François Mitterrand. Pero este aniversario no ha provocado ni una sola línea en la prensa española tan propensa a las conmemoraciones. Su perfil rebelde y orgulloso no encaja en ese escenario del espanto que debe ser África.

Es más amable seguir el concurso de Miss Mina antipersonal promovido por el noruego Morten Traavik con fondos europeos. Las finalistas, seleccionadas entre miles de aspirantes tullidas, siguen nerviosas la marcha de las votaciones. La ganadora obtendrá como premio una espléndida prótesis de última generación, generosamente donada por una empresa nórdica. El resto de África seguirá condenada al muñón.

martes, 13 de noviembre de 2007

Las formas, los reyes y los nuestros

El conflicto entre las formas y los fondos ha llenado miles de páginas en la voluminosa historia del arte y las ideas. La aparente primacía de los contenidos ha impedido a menudo que la estética, con su distanciamiento, introduzca ese matiz de ponderación capaz de evitar la rigidez discursiva tan común por las geografías del dogmatismo. Por el contrario, el reproche formalista es no pocas veces un recurso hipócrita con el que se intenta esquivar el duro golpe que nos lanzan algunas verdades como puños.

No poca de esa hipocresía parece esconderse detrás de la reacción de José Luis Rodríguez Zapatero y Juan Carlos de Borbón a propósito de las intervenciones de los presidentes Hugo Chávez y Daniel Ortega en la reciente Cumbre Iberoamericana. Al menos llama la atención la vehemente defensa que Zapatero hizo de su antecesor en el cargo José María Aznar por el apelativo de “fascista” lanzado contra él por el líder venezolano. Un adjetivo que, más allá de conceptualizaciones historiográficas, no parece muy descabellado políticamente para alguien que se apresuró a cerrar filas con el golpista Pedro Carmona -como reconoció en su día el propio ministro Miguel Angel Moratinos-, convirtiendo de este modo a España en valedora frente a Europa de lo que era un acto de fuerza en contra de un gobierno democráticamente elegido.

Por eso habría sido de agradecer que Zapatero hubiera manifestado la misma firmeza que mostró defendiendo la supuesta honorabilidad atacada de Aznar, asegurando que aquella sería “la última vez” que un gobierno español injería en asuntos internos de un país soberano. Pero sin embargo no lo hizo, dejando sembrada así la duda sobre si su altercado con Chávez no escondía, a su vez, un oportuno guiño cómplice hacia la oposición venezolana que estos días se moviliza, jaleada por el Grupo Prisa, contra la reforma constitucional en marcha en el país.

En lugar de ello el presidente español prefirió resguardarse en la orden de callar lanzada por el monarca. Con estos dos gestos, la diplomacia española parece asumir en Latinoamérica la validez de aquel viejo refrán que aseguraba que “no hay peor sordo que el que no quiere oír”. Un autismo premeditado y remarcado poco después por el propio rey con su decisión de abandonar la sala para no escuchar las críticas del presidente nicaragüense contra las multinacionales españolas, consorcios económicos que, en cualquier caso, esconden más de una vergüenza por las castigadas tierras latinoamericanas.

Lo peor, con todo, no ha sido el incidente en sí, sino la llamada a rebato lanzada por los medios de comunicación españoles frente al supuesto ultraje nacional. Se asume así el rancio patrioterismo como razón de Estado. Nada puede cuestionar la defensa a ultranza de nuestros compatriotas enarbolada por Zapatero o la salvaguarda ciega de nuestras empresas asumida por el rey. Al fin y al cabo, Franklin Delano Roosevelt ya dejó claro el siglo pasado que en las políticas hacía América Latina había que proteger a los nuestros, aunque los nuestros fueran unos hijos de puta.

jueves, 8 de noviembre de 2007

El retorno de los "racailles"


Ante la disyuntiva de ser el payaso o el director de pista en el gran espectáculo del circo político europeo, Nicolas Sarkozy ha optado sin dudarlo por asumir los dos papeles. Y el de trapecista, domador, prestidigitador y fonambulista si fuera necesario. Porque el nuevo inquilino del Elíseo ha demostrado en su trayectoria pública una profunda vocación de saltimbanqui y contorsionista, capaz de lograr la más estrambótica postura al culminar esa pirueta del más difícil todavía que deja boquiabierta la mirada del público.

El presidente francés sabe que en la política actual mandan los golpes de efecto que rompen la monotonía de los informativos. Con ellos, se asegura sobresalir lo preciso para despuntar sobre quien le rodea o al menos hacerse visible en las fotografías. Como cuando manipuló aquella instantánea en el inicio de la invasión de Iraq, para aparecer más alto junto a George Bush mientras se desmarcaba del vibrante discurso contra la guerra de su compañero de gabinete Dominique de Villepin. Una foto de familia que el presidente galo, con su mirada pícara de Jean Paul Belmondo, reitera estos días entre lágrimas en los ojos por los soldados norteamericanos muertos y redobles de tambores de guerra apuntando a Teherán.


Pero, sin duda, su salto mortal más arriesgado fueron sus provocativas declaraciones como ministro del Interior calificando de racailles, chusma, a los jóvenes de los suburbios que en el otoño de 2005 prendían con el fuego de su desesperanza las calles de París. Todo un guiño de ponderado racismo, una versión de populismo lepeniano con buenos modales dirigida a la pusilánime clase media francesa, a la vez que primera toma de posiciones en la que iba a ser su larga carrera por la sucesión de Jacques Chirac.

Ahora Sarkozy, tras haber equiparado la pobreza y la escoria, se saca de la chistera su particular solución a todos los males: tratar a los pobres como basura, recortándoles las prestaciones sanitarias, endureciéndoles las condiciones de jubilación o aumentándoles la jornada laboral. Y si los trabajadores se echan a la calle siempre queda el recurso de ese artista con tablas que es capaz de asombrar al respetable con un triple mortal sin red.

Entonces Sarkozy proyecta su visión social del estercolero a las relaciones internacionales y descubre así el Chad, un país racaille al que despreciar por la insolencia de encarcelar a unos blancos por el nimio secuestro de un centenar de negritos al que sólo se intentaba dar una vida mejor, poco importa que en contra de su voluntad. Sin duda, un argumento demasiado tentador y televisivo como para no convertirse en protagonista, especialmente si, además, de este modo se eclipsan las posibilidades de que las vinculaciones de su hermano François con el Arca de Zoé se transformen en escándalo.

En cualquier caso, su habilidad de encantador de serpientes es tal que hasta en España no han faltado voces que le reprochen a José Luis Rodríguez Zapatero no haber convertido su Z electoral en la marca del mítico Zorro, y encarnado por un heroico Antonio Banderas haber al menos emulado al francés en las gallardas maneras de afrontar el incidente africano. Otros, los más progresistas, prefieren el referente italiano de Walter Veltroni. A fin de cuentas, los gitanos rumanos, ¿qué son sino racailles?.

sábado, 3 de noviembre de 2007

La ley del olvido

La izquierda española lleva tantos años tratando de convencer a propios y extraños de que el camino más corto entre dos puntos es la marcha atrás, que al final ha terminado por creerse su extravagante teoría geométrica. Fue su particular caramelo mental para tragar la amarga píldora de una transición política vendida como modélica y va camino de convertirse en una especia de argumento pitagórico con el que deleitar los oídos ante la mal llamada Ley de la Memoria Histórica.

En realidad no podía ser de otra forma, pues una ley que se reclama de la memoria sólo puede aspirar a la litúrgica regulación del olvido. Así ha sido desde el principio de los tiempos, desde que el poeta Simónides de Ceos inventó el arte de la memoria: esa selección de cosas y hechos a recordar, ordenados en arquitectónicas imágenes mentales que las protegen del olvido. Porque, en última instancia, toda selección no es más que una elección, o lo que lo mismo, la marginación definitiva de aquellos elementos que condenamos de partida a la tiranía de la amnesia.

Por eso, cualquier intento de regular legalmente la memoria ha de asentarse sobre la renuncia, práctica, por otro lado, en la que parece sentirse especialmente cómoda la progresía institucional de este país. Y, por eso, era inevitable la balbuceante alusión que la recién aprobada ley hace de la figura del maquis, esos guerrilleros cuya indómita rebeldía, paradojas de la vida, ha terminado siendo más incómoda para la pusilánime democracia que para el franquismo. Pero sobre todo, esto explica por qué los legisladores se contentaron con proclamar la injusticia –ya sabida por todos- de unos juicios sumarísimos que en ningún momento se plantearon anular: desautorizar aquellas sentencias hubiera sido deslegitimar plenamente a quién las dictó, a quien firmó tantas condenas de muerte, a quien designó a su sucesor, a quien restableció la monarquía que hoy, nos repiten, a todos nos cobija.

Anular los juicios suponía, pues, desenterrar demasiados muertos y excesivas preguntas. ¿Qué fue de aquellos obreros muertos en Vitoria? ¿Por qué Manuel Fraga se convirtió en prohombre de la patria en lugar de pasar al banquillo de los acusados? ¿Cómo pudo ser posible que cuarenta años de ignominia asesina se saldaran con el estribillo ingenuo de una libertad sin ira?

Simónides utilizó por primera vez ante testigos su arte de la memoria en Tesalia, para poder identificar los cuerpos sin vida del noble Scopas y su hijo destrozados por un derrumbe. Sin embargo, la memoria de Estado lejos de devolver el rostro a los fallecidos, siempre termina guardando algún cadáver en los rincones del olvido. La memoria de antaño o la de hoy. La que aspira a poner punto final cuanto antes al renovado afán por desenterrar el recuerdo de tanta fosa común perdida. O el silencio que evita pronunciar el nombre de Angel Berrueta, el panadero asesinado en Iruñea, cuando nos evoca toda la tragedia del 11-M. Y es que algunas muertes son menos que nada. Simplemente pasan.

Imagen: "Punto de retorno" (2000), de Jorge Ignacio Nazaval

jueves, 25 de octubre de 2007

Los periódicos y el síndrome de la minifalda

"Es que iba provocando". Con estas palabras, u otras similares, se solía relativizar -y aún se suele seguir haciendo- infinidad de agresiones sexuales contra la mujer, creando incluso jurisprudencia en más de una sonora sentencia. La culpabilización de la víctima se esconde así en el plisado de una falda que se precipita a más o menos centímetros de la rodilla, en el escote generoso en transparencias, o en ese carmín tan subido de tono que, según sus detractores, lo convierten en violentamente irresistible para la testosterona cándida del violador.

Así la violencia ejercida contra la anatemizada hembra, se percibe como una suerte de venganza bíblica que restituye de forma ejemplarizante el equilibrio roto por su exhibicionista comportamiento. Y el agresor, reivindicado por la ley de los jueces y la sabiduría rancia de Perogrullo, conserva intacta su prepotencia de poder en lo alto de su torre de fálico marfil. Porque, a fin de cuentas y en última instancia, quien muestra carne, carne quiere; uno no es de piedra, y luego pasa lo que pasa.

Sin duda, estos argumentos escandalizarían a cualquiera que tuviera no sólo una mentalidad liberal, sino simplemente el más mínimo de sentido común. Incluso no faltarían periodistas sensibilizados que desde las páginas de los más serios, rigurosos y progresistas diarios lanzarían los más encendidos artículos y editoriales, para denunciar tan inadmisibles comportamientos sociales y judiciales.

Y, sin embargo, el manido argumento de la minifalda exhibicionista sigue llenando páginas y páginas de esos mismos diarios cuando de lo que se trata es de salvaguardar el buen orden social e internacional. De este modo, por ejemplo, los españoles podemos comprender un poco mejor por qué atacan a nuestras tropas y matan a nuestros soldados en el Líbano, tras conocer que este país tiene la provocativa desfachatez de romper el alto el fuego y disparar contra los aviones israelíes que cándidamente penetran en su espacio aéreo.

O nos descubren indignados como Venezuela, convertida en los últimos años en país minifalda por excelencia, tiene la osadía de reformar su constitución para recortar las libertades civiles en caso de emergencia. Nos ponen de nuevo en guardia ante ese iluminado sátrapa Hugo Chávez, aspirante a la eterna reelección, encaprichado en tener una constitución a medida, con las mismas disparatadas posibilidades que otorga, sin ir más lejos, la actual Constitución española.

Son ganas de provocar. Y, claro, luego pasa lo que pasa.

viernes, 19 de octubre de 2007

Mentiras sin sexo y cintas de vídeo



Hace tiempo que la actividad política en España se ha convertido en un ejercicio virtual de sombras chinescas, que nos entretiene en su proyección mientras la platónica realidad parece estar en otra parte. Eso explica en gran medida la afición cinematográfica que en las últimas semanas los dos grandes partidos están demostrando en su lucha por llevarse el gato electoral a sus respectivas aguas.

Obviamente, no se trata de una inclinación cinéfila a lo arte y ensayo, con sesudos debates de cine-club clandestino del tardo-franquismo. No, en realidad, se limitan a moverse por el espacio amable del video doméstico, como propuesta segura para atraer la atención del votante y televidente, o más exactamente, del nuevo televotante. La democracia adquiere de este modo un nuevo carácter, que cede los espacios participativos de antaño -la calle, la fábrica, el parlamento, el casino provinciano o el café- para dar paso a un nuevo referente de pluralidad en el universo divertido del YouTube.

Y es que la cosa ha ido degenerando velozmente. Muy lejos queda ya la mínima calidad formal con que se planteara Hay motivo. Ahora todo vale. Desde el candoroso video de las Juventudes Socialistas, a la caspa audiovisual que generó como réplica. Del solemne y decimonónico Mariano Rajoy convertido en una suerte de Agustina de Aragón defensora de la bandera nacional, a José Luis Rodríguez Zapatero como encarnación de una simpática Sor Citroën dispuesta a cantarnos los logros de su gobierno acompañada por los eucarísticos acordes de una guitarra.

No es extraño que ante este panorama el neonato Público nos plantee el juego de hallar las siete diferencias entre las imágenes contrastadas del presidente del Gobierno y el pretendido líder de la oposición. Un entretenimiento amable y familiar con que los mass media nos recuerdan, una vez más, lo gratificante que puede ser seguir viviendo en el sistema ideado por don Antonio Cánovas del Castillo. Menos mal que, desde dentro, Gaspar Llamazares nos prepara para esa lucha final en las barricadas de Second Life.

sábado, 6 de octubre de 2007

La salsa y el monarca




Las fronteras que separan la exageración del despropósito nunca han sido terrero seguro. El pescador, por ejemplo, siempre ha sido propenso a “exagerar” las dimensiones de sus capturas. Sin embargo, el aficionado a las artes del anzuelo y el sedal es consciente de que su auditorio sólo aparentará un mínimo interés por sus hazañas si las desproporciones entre el tamaño de sus piezas y las medidas fantasiosas de su relato se ajustan a un básico nivel de sentido común mutuamente acordado. Transformar sardinas en atunes puede ser tolerado como un simpático gesto de complicidad y refuerzo de la autoestima de nuestro amigo el pescador. Pero transformarlas en ballenas sería tal despropósito que no podríamos seguir escuchando el relato sin comenzar a tener la sospecha de que nuestro interlocutor nos está tomando por imbéciles.

Lamentablemente, en los últimos tiempos, esa mínima ponderación que impide pasar de la exageración al despropósito se hace cada día más tenue en las aburridas sociedades avanzadas, donde los medios de comunicación se muestran ávidos de excitantes narraciones y los poderes políticos ansían hallar la truculenta historia que mantenga al respetable público atento en sus asientos y sin molestar. Uno de estos últimos episodios se vivió esta semana. Y como no podía ser de otra forma desde aquel 11 de septiembre neoyorquino, lo hizo siguiendo la estela temática del terrorismo global, un argumento que está resultando tan rentable que, sin duda, habría hecho las delicias de aquellos productores cinematográficos de los años de Guerra Fría que, entre platillos volantes y criaturas monstruosas, dejaban entrever los maléficos planes de un “Planeta Rojo” con capital en Moscú.

Porque resulta difícil considerar sólo una “exagerada” forma de velar por la seguridad ciudadana y la estabilidad de la democracia, la decisión de evacuar varias calles del Soho londinense porque alguien confundió el aroma de la suculenta salsa nam prik pao que afanosamente preparaba el cocinero del restaurante tailandés Thai Cottage Chalemchai Tangjariyapoon, con un supuesto ataque químico orquestado desde alguna tenebrosa cueva en algún recóndito país. De hecho, ni la enfermiza imaginación de Ed Wood habría podido idear para alguna de sus películas, el despropósito de la impactante entrada de los equipos especiales de bomberos en las cocinas para aislar y neutralizar tan sabroso acompañamiento para las gambas.

Tampoco faltan ejemplos de esta tendencia a la desproporción por estas tierras españolas, tan dadas por lo natural a la exageración y a la sobreactuación. Qué otra cosa sino puede considerarse la llamada a rebato que en los últimos tiempos están protagonizando los más variados abanderados de la monarquía desde que la revista satírica El jueves osó dejar a los Príncipes de Asturias con el culo al aire. No en vano, tras el ondear de unas -por desgracia- pocas banderas republicanas, algunos parecen empeñados en equiparar la quema de cuatro fotocopias con la imagen de los ciudadanos Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia, con el último paso que dio Luis XVI antes de que Charles Henri Sanson accionara el dispositivo de la guillotina sobre su cabeza. Sólo que ahora la gesta ingenua de unos adolescentes antimonárquicos está acabando ante los tribunales y puede terminar entre barrotes para algún infeliz.

En última instancia, detrás de estas aparatosas actuaciones en defensa del orden no hay más que un afán interesado por hacer ruido y amedrentar a las ya de por sí pusilánimes audiencias. Remover las aguas mediáticas buscando, como no podría ser de otra forma hablando de exageraciones, una “ganancia de pescadores” conseguida a costa de enturbiar los fondos con lodo. Lo sorprendente, en cualquier caso, es que todavía no falte quien esté dispuesto a tragarse el anzuelo.

martes, 26 de junio de 2007

De Colombia al Líbano sin saber por qué



La muerte de seis soldados del Ejército español en Sahel al Derdara, al sur del Líbano, confirma una vez más que una de las mercancías más globalizada de la economía es, sin duda, la carne de cañón. Tres de ellos eran colombianos, mientras que los otros tres tenían el poco consuelo administrativo de disponer de un documento nacional de identidad que les acreditaba como españoles. Pero a los seis les unía el mismo paradójico sarcasmo: ninguno de ellos sabía por qué su blindado circulaba por una carretera libanesa cuando saltó por los aires.

Tampoco el resto de españoles -o colombianos, chinos o senegaleses afincados en España-, saben qué hacían allí antes de quedar reventados por la deflagración. Una ignorancia que no impedirá que sean pocos quienes puedan evitar un escalofrío de emoción al ver trasladar sus féretros cubiertos por la enseña nacional, mientras los informativos nos recuerdan la abnegada entrega de nuestros soldados en esas misiones humanitarias de paz que, hasta la fecha, no han logrado acabar con una sola de las causas que hay detrás del estallido de una guerra.

Las palabras paz y humanitarismo se transmutan así en una especia de mantra cuya mecánica repetición, noticiario tras noticiario, encauza nuestras meditaciones. Y, sobre todo, se convierten en muletillas recurrentes que permiten a los mass media evitar el tedioso trabajo de informar y analizar la realidad, con el peligro añadido de que si lo hacen, algún televidente despistado preste atención y pueda acabar conociendo los resortes del mundo donde vive. Además, con esta omisión, los responsables de contenidos de los distintos medios pueden aprovechar mejor ese tiempo en la ingrata labor de recolectar espectaculares imágenes y emotivas historias que sean del agrado de todos los públicos, especialmente de los grandes directivos de las empresas de publicidad que han de seleccionar el mejor canal para sus anunciantes.

Porque seamos serios ¿cómo vamos a tener a la familia, esa célula básica de consumo bendecida por la Iglesia y McDonals, atenta frente al televisor si se les habla de los intereses del Israel por el control hídrico del río Litani, o de los afluentes del Jordán, el Wazzani y el Hasbani, todos ellos discurriendo por el sur del Líbano? ¿Con qué imagen de vídeos de primera podríamos ilustrar la presión estadounidense sobre Siria, también desde el País de los Cedros, para desestabilizar a uno de los últimos Estados laicos en la región, después de la invasión de Iraq y tras la brutal ofensiva de Israel hace ahora cuarenta años, que acabó –con el beneplácito de la monarquías feudales del Golfo- con el proyecto nacionalista árabe que desde Egipto impulsaba Gammal Abdel Nasser? ¿Dónde podemos encontrar un hilo argumental al gusto de Coca Cola, que nos permita explicar cómo el respaldo de la población palestina a Hamás, o de la libanesa a Herzbollah, está más ligado a las frustraciones dejadas por aquella fugaz Guerra de los Seis Días y al hartazgo ante la tiranía y corrupción de nuestros leales aliados en Oriente Medio, que a pretendidos fanatismos religiosos? En fin, ¿cuál es la ubicación de la cámara más políticamente correcta, para ilustrar la importancia estratégica de Afganistán en la distribución de los recursos energéticos del Cáucaso, o como avanzada base frente al despegue de nuevas potencias como China o India, sin que se cuelen en el plano general mujeres que siguen amordazadas por el burka, nuestros colaboradores señores de la guerra ampliando sus plantaciones de opio o los cientos de civiles destripados por nuestras bombas, cuya explosión les libera de la barbarie talibán y, colateralmente, de todos los sinsabores de la vida?

En cualquier caso, tampoco hacen falta análisis tan enrevesados para los breves minutos que entre un spot publicitario y otro duran los informativos. Especialmente cuando toda esta perplejidad se puede condensar en explicaciones básicas de fácil comprensión: la conspiración internacional, la maldad suprema. Aparece así la imagen del terrorista sanguinario, sin perfiles, movido por un único propósito maligno y sin sentido. Al Qaeda sustituye de este modo en el imaginario a Fu Manchú, al Doctor No y a todos los malvados que en el mundo han sido. ¿Para qué entonces necesitamos más explicaciones si en el fondo seis ataúdes, o doscientos, de vez en cuando, tampoco son tantos? Incidentes periódicos que mantienen vivos nuestros miedos y nos empujan a buscar el reconfortante cobijo de nuestros protectores. Al fin y al cabo, no conviene olvidar que, en última instancia, si la Iglesia ha sobrevivido más de dos mil años, ha sido en gran medida, gracias al Diablo.

miércoles, 20 de junio de 2007

Censura, goteras y olvidos en la Valencia de la Bienal


En otros tiempos, Dios no dudaba en provocar diluvios, destruir ciudades o lanzar las plagas que fueran necesarias para dejar constancia de su divino enfado. Hoy, en la actual Valencia de la Rita apisonadora y el Camps demoledor, a Yahvé le sobra y basta con una simple gotera para evidenciar su ira celestial.
Es lo que ha pasado en la Sala la Gallera, donde una oportuna gotera obligó a cerrar precipitadamente una exposición de la Bienal que había desatado ciertas beatíficas suspicacias en algunos sectores de la iglesia valenciana. Se trata de una parte de la muestra Lo impuro y lo contaminado, una interesante experiencia artística procedente de Lima, que incluía una serie de reflexiones plásticas sobre el hecho religioso y su plasmación artística.
De entre las piezas reunidas en aquel espacio, antaño lugar de pelea de gallos, parece ser que provocó especial malestar en algunas miradas, la relectura que el joven pintor peruano Marcel Velaochaga hizo del cuadro El funeral de Atahualpa, pintado en la segunda mitad del XIX por Luis Montero. El motivo del incomodo no sería otro que la presencia en la tela de la figura del Bendicto XVI, escoltado por un marine norteamericano y sosteniendo con su santa mano la cabeza decapitada de Che Guevara.
Así, el Santo Padre aparece en el lienzo con un gesto muy distinto del proyectado por las cúpulas eclesiástica y del PP valenciano para recordarlo durante su visita a la capital del Turia, en aquel clamor de multitudes, entre flores y fallerescos altares, candoroso en su defensa de la familia, aunque firme como martillo de herejes contra feministas y homosexuales.
Afortunadamente, los responsables de la Conselleria de Cultura no tuvieron que pasar por el maltrago de la censura, porque en eso llegó la cólera divina y en forma de gotera obligó a cerrar la exposición. No para amordazar a la libertad de expresión. No, al contrario, para preservar las obras allí expuestas. Por eso, lo más grotesco no es la clausura apresurada del espacio artístico. Lo más triste es que la sala llevara semanas cerrada y nadie, absolutamente nadie, la echara en falta.
A buen seguro que donde corresponda ya habrán tomado nota de la amnesia. De ahora en adelante, en Valencia no volverá a existir la censura, esa capaz de provocar contraproducentes escándalos que atraen miradas curiosas sobre lo prohibido. A partir de ahora, bastará con cerrar las puertas sin mucho ruido a la menor gotera, porque en poco más de un suspiro nadie recuerda lo que había dentro.
Dentro de unos meses los bólidos de Bernie Ecclestone desgastarán el asfalto de las calles valencianas. Para entonces ya poco importará. Y es que hace ya mucho tiempo que las duras ruedas de los automóviles del espectáculo han reducido a su mínima expresión el frágil firme de nuestra memoria crítica.

lunes, 11 de junio de 2007

Euskadi o la cicatriz de Norma Jean Baker



He de reconocer que sus últimas fotografías me han reconciliado con la hermosura irreal de Norma Jean Baker. En realidad, la belleza cocinada por Hollywood de Marilyn Monroe para su distribución por los grandes almacenes del celuloide y la vida, siempre me resultó demasiado artificial para el deseo erótico, del mismo modo en que siempre he sido escéptico ante el potencial revolucionario del malgastado rostro de Ernesto "Che" Guevara impreso en camisetas puestas a la venta en el Corte Inglés o en el aeropuerto José Martí de la Habana.
Sin embargo, la sinuosa silueta de la mujer, congelada por el mercenario objetivo del fotógrafo Bert Stern para la revista Vogue, me provoca una irremediable atracción. Al observar las instantáneas tengo la sensación de que sus manos no tapan deseperadamente los senos para salvar la censura de la moral pública, o para acrecentar la excitación de la mirada, sino para evitar que la vida se le escape a borbotones como finalmente le ocurriría cinco días más tarde. Y sin embargo, no hay lucha ni resistencia en la imagen, sólo un plancentero abandono, mientras la profunda cicatriz de su costado parece convertirla en una suerte de Cristo lanceado, pero de puro libido resucitado.
Ignoro si Marilyn o Norma intuían su muerte en aquella lejana sesión fotográfica en el hotel Bel-Air de Los Ángeles. Tal vez una sí, pero la otra no. En cualquier caso poco importa, aunque resulte tentador pensar que la deseada estrella encontró aquel día entre alcohol, barbitúricos y flashes, el coraje suficiente para enfrentarse a sus propias cicatrices. Es poco probable que así fuera, teniendo en cuenta su preocupación porque la herida quedara visible, según relata el propio Stern.
Y es que, en el fondo nadie quiere dejar al descubierto sus cicatrices, y como el personaje de Oscar Wilde la mayoría opta por ocultarlas en algún rincón perdido, en ese retrato embozado bajo pesados cortinajes que tapen nuestras heridas, nuestras llagas, nuestras pústulas, a cobijo de las curiosidades ajenas, a salvo de nuestra propia mirada. Un afán encubridor que obsesiona a las personas, pero también a los pueblos, a los estados.
Tal vez por temperamento o por tópico, España ha sido un país proclive a las cicatrices. Y de entre los muchos jirones en las carnes que todavía arrastra, la violencia política en Euskadi sigue siendo una de las más lacerantes huellas. Mirarla abiertamente supone reconocer el fracaso de una transición tan idealizada como frustrante, donde la "democracia" insiste en cimentarse a golpe de leyes de excepción, censuras y cárcel. También implica admitir la agonía de unos sueños emancipadores sustentados en demasiada pólvora y vísceras esparcidas.
Por eso, los Dorian Gray de Madrid o Bilbao prefieren el resguardo autista de sus cuadros descompuestos en el fondo del desván. De este modo, los malos actores de esta tragicomedia llamada España o Euskadi, pueden seguir sobreactuando con el alarido indecente de los Mariano Rajoy y sus patrias en peligro, que tan buenos réditos electorales parecen darle; con la inadmisible incocencia desconcertada de José Luis Rodríguez Zapatero y su ambigüedad temorosa de perder cuatro votos, o con la martiriología de Arnaldo Otegui y su socialismo liberador de txapela y herriko taberna.
No sé si Marilyn Monroe o Norma Jean Baker fueron capaces de enfrentarse a la visión de sus propias cicatrices en aquella lejana jornada de 1962. Si lo hicieron, sin duda, ya fue demasiado tarde, y una de las dos, o ambas, la real y la inventada, amanecieron muertas en la cama un 5 de agosto de aquel año.
Aquí en España, en Euskadi, también hace mucho tiempo que fue demasiado tarde. Y seguimos sin querer ver nuestras llagas.

lunes, 4 de junio de 2007

La globalización aún no ha llegado a la selva: Entrevista a Sidney Possuelo

En la adolescencia, Sidney Possuelo tuvo la tentación de asomarse al corazón de las tinieblas. Hoy, a sus 67 años de edad, es una de las voces más autorizadas sobre la realidad de las poblaciones indígenas que sobreviven aisladas en las profundidades de la selva amazónica. Su mirada ante estos pueblos no parte de la frialdad de bisturí del antropólogo, sino del firme compromiso, cimentado durante toda una vida, de respeto solidario hacia unas comunidades que durante siglos han sabido hacer de su fusión con el medio la base de su existencia. Una fusión que hoy, acorralados por una selva en retroceso, incrementa su vulnerabilidad ante la presión del hombre blanco. Durante estos días, Possuelo realiza una intensa gira por Europa para denunciar la situación que sufren los pueblos indígenas. Entre Madrid, Valencia, Barcelona y Suiza, encontramos un hueco para esta breve charla.
-Usted defiende el aislamiento como garantía de supervivencia para muchos pueblos indígenas. Pero, en plena globalización, ¿aún es posible vivir aislados?

- Sí, en la Amazonia todavía es posible. No se puede decir que la globalización, con toda su parafernalia tecnológica, haya llegado a la selva. Por eso, cuando hablamos de aislamiento no es algo que tengamos que imponerles, sino una necesidad que constatamos para mantener su sistema de relaciones, su vida.­

- ¿Cuáles son las principales amenazas para los pueblos indígenas?

- Las amenazas son las de siempre: La tierra, la salud y sus derechos. Esos son los elementos fundamentales que pueden favorecer o dañar a los pueblos indígenas. Respetándolos les beneficiamos.

-En los últimos años, fenómenos como el zapatismo en México o la elección de Evo Morales, primer indígena investido presidente, parece que han puesto de actualidad la cuestión indígena

- Creo que ha aumentado el interés por varias cuestiones. La presencia de Evo Morales en Bolivia ha sido muy favorable, sólo su presencia ya ha servido para llamar la atención sobre la cuestión indígena. También nosotros promovimos hace dos años el primer encuentro internacional para la protección de los pueblos aislados, reuniendo en Belém a los paises de la Amazonia con comunidades aislados. Después de este encuentro ha aumentado el interés por estos pueblos, tanto desde el punto de vista político, como entre la opinión pública en general.

- Destacaba la aportación de Evo Morales a la causa indígena. También la llegada de Lula de Silva despertó muchas esperanzas. ¿Qué balance hace de su gobierno?

- En Brasil se ha ha producido una gran desilusión con Lula. Existían unas expectativas a la hora de afrontar la cuestión indígena y ambiental que se han visto frustradas con Lula.

- Un movimiento con especial implantación en Brasil es el de los campesinos sin tierra. Sin embargo, no pocas veces sus demandas chocan con los pueblos indígenas.

- Es necesario que el poder político resuelva el problema agrario de los Sin Tierra, porque su lucha es justa. Ahora bien, también es necesario que los Sin Tierra dejen de ver las grandes extensiones de tierra indígena como si fueran latifundios, porque no tienen nada que ver. No se puede seguir viendo estos territorios con la mirada exclusiva del hombre blanco. Los Sin Tierra representan una lucha legítima, pero también hay que cuidar el espacio de otros movimientos, como los pueblos indígenas aislados.

-¿Cuántos indígenas sobreviven actualmente en Brasil?

- Existe una polémica al respecto. El Instituto Brasileño de Geografía y Estadística afirma que existen unos 740.000 indígenas, pero según la Fundación Nacional del Indio, la población no pasaría de 450.000. En cualquier caso, importan poco las cifras porque, sean el número que sean, merecen nuestro interés.

- ¿Cómo comenzó su interés por el mundo indígena?

- Hace muchos años, cuando yo era un jovencito de 17 años. Entonces los hermanos Villas-Boas eran los indigenistas más conocidos por sus famosas expediciones a la selva. Aquello era ilusionante. Era como una gran aventura en la que un joven como yo quería participar. Así que fui a conocerlos y a través de ellos descubrí a los indígenas, sus problemas, sus necesidades. Y de este modo empezó esta amistad.

- ¿Qué le ha aportado todos estos años de relación con los indígenas?

- Qué puedo decir, ha sido una oportunidad de poder mirar unos seres humanos que se comportan frente el territorio, la vida y la supervivencia de una forma totalmente diferente a la nuestra. En la época del descubrimiento, cuando los indígenas estaban en su esplendor y eran millones, conservaban su territorio intacto, cuando en ese mismo tiempo, nosotros éramos unos cientos de miles y ya lo habíamos destruido todo.­

-Con todos sus años de experiencia, ¿aún encuentra motivos de esperanza para la causa indígena?

- Aunque hable de cosas duras, de la ausencia del gobierno del Brasil en la protección de los indígenas, de cómo nuestras sociedades les dan la espalda, de la destrucción de la selva amazónica o la devastación provocada por la expansión del cultivo de la soja; tengo esperanza. Creo que la situación es reversible. Pero no depende de los pueblos indígenas, sino de nuestras sociedades , como sistemas más fuertes, tirar del carro. Por eso creo que, en los pocos decenios que dura nuestras vida, debemos asumir este compromiso. Una actitud solidaria dirigida no sólo a los pueblos indígenas sino con nosotros mismos, asumiendo una mirada más humanizada hacia el desconocido.

jueves, 31 de mayo de 2007

La muerte ya tiene precio

Allá por el siglo XIX, el tan denostado Karl Marx puso al descubierto la perversión de un sistema que transformaba a las personas en meras mercancías. Ahora, el capitalismo globalizado y virtual parece maduro para una nueva vuelta de rosca: convertir en mercancía hasta la misma muerte.

Ocurrirá en el canal de televisión holandés Nederland 3 donde Lisa, de 37 años, deberá de elegir cuál de los tres participantes de un concurso obtiene uno de sus riñones para el trasplante que necesita, premio que sólo podrá cobrar después de que el tumor cerebral que sufre la mujer le haya corroído el resto de sus vísceras. El público, desde sus casas, podrá votar a favor de su moribundo favorito, llorar por sus tristes historias y deleitarse con las más variadas novedades comerciales con que será bombardeado durante las inevitables pausas publicitarias que , tal vez, en esta ocasión, servirán también para que los integrantes del programa puedan recibir asistencia médica de urgencia o, en caso de necesidad, la extrema unción.
La idea, que partió del canal BNN y está producida por Endemol, la misma productora responsable de experimentos de calidad de la talla de Gran Hermano, no es nueva en realidad. Al fin y al cabo, desde los primeros ritos epipaleolíticos la muerte ha impactado con una fuerza sin par en el imaginario colectivo. La misma Iglesia católica fija sus raíces en una ejecución y la Historia del Arte está repleta de una suerte de iconografía del sufrimiento con la que ilustrar los más morbosos pasajes del santoral. Hasta Peter Greenaway se adentró por las más oscuras obsesiones por inmortalizar la presencia de la muerte, en un filme tan tediosamente fascinante como Zoo.
Sin embargo, no es la sublimación de un absoluto lo que persigue la productora, sino devolver a los espectadores a la vieja fórmula de la muerte en directo, que tan buenos resultados dio en las arenas de Roma y en los Autos de Fe. Ahora, prohibidas las ejecuciones públicas a garrote o paredón, el respetable público puede volver a disfrutar del espectáculo cómodamente desde sus casas, democráticamente interactivo y, encima, sin la incordiante presencia de las moscas merodeando los cadáveres.
Mejor aún. El telespectador puede saborear del banquete necrológico, con la tranquilidad de estar presenciando una humanitaria propuesta de sensibilización, como insisten los responsables de BNN recordando que el programa es un homenaje al creador del canal, fallecido hace unos años por una dolencia renal. Todo un detallazo. Hasta puede que la idea encuentre eco por los pasillos de la Conselleria de Sanidad y Rafael Blasco la asuma dentro de algún rimbombante plan de choque. Incluso se podría retransmitir a través de la macropantalla millonaria que conselleria retiró de la entrada a Valencia y de la que, ahora, se desconoce su paradero. Mariano Rajoy se lo agradecería. Seguro que serían cuatro puntos más de ventaja en las próximas generales.
PD.- Al final, en el último minuto, el espectador pudo lanzar un suspiro de alivio cuando el presentador de la BNN anunció que Lisa no era una moribunda, que los auténticos muertos éramos nosotros. Después, con su traje cirquense, entre luces multicolores, música y caballos con penachos dando vueltas alrededor, saltó con un doble mortal hasta el centro de la pista para caer en lomos de un elefante y lanzar la vieja soflama: ¡¡¡El espectáculo debe continuar!!!

lunes, 28 de mayo de 2007

La tierra de las flores, de la luz y del amor

Valencia es la tierra de las flores, de la luz y del amor. A partir de ahora, también es, junto con Madrid, la gran despensa de votos del PP. La foto fija de la noche electoral en la sede socialista en la calle Blanquerías, o en el Hotel Hesperia donde EU y Bloc esperaban celebrar su condición de llave del cambio, dejaba lugar a pocas dudas.
Sólo algunos semblantes contrastaban entre aquella galería de rostros desencajados: Enric Morera que observaba como la aritmética del desastre le convertían un cero por cero en dos diputados, y Carmen Alborch que después de que la apisonadora de Rita Barberá le dejase hecho unos zorros sus expectativas con diseño de Montesinos, continuaba, como siempre, sonriendo. Por el contrario, en Ignasi Pla, Glòria Marcos o Amadeo Sanchis, ni siquiera existía perplejidad. Presentaban más bien esa mirada perdida del boxeador, que tras sufrir en su rostro el castigo de una serie alternada de crochets de derecha e izquierda, siente como estalla su mentón por el impacto de un gancho y le parece estar bailando en el vacío durante ese eterno instante previo a su precipitarse sobre la lona.

Y después se hizo el silencio, mientras que afuera la música del tiovivo popular continuaba marcando sus estridentes compases de Copa América o nuevas partituras automovilísticas recreadas por Bernie Ecclestone. Un hedonismo vacío, envidiado por una izquierda realista que sólo tenía para ofrecer la diversión de una geganta de cartón piedra, y criticado por una siniestra idealista, empeñada en aguar la fiesta a los invitados en nombre de un difuso y sostenible sentido común.

Porque desde que el social-liberal Carlos Solchaga concentrara, allá por los años 80, toda la sapiencia de la nueva economía en su célebre soflama “enriqueceos”, y la posmodernidad convirtiera la cultura crítica en mera lentejuela, el respetable público está para pocos espectáculos reflexivos. El debate político se reduce así a lo básico: la izquierda que nos quitó el agua del Ebro y pretende dejarnos hasta sin “Aquí hay tomate”. O lo que es peor, los radicales trasnochados que amenazan con dejar sin recalificar el huerto del abuelo, PAI intuido con el que pagar la hipoteca del adosado o ese flamante BMW con el que llevar a los niños al colegio concertado.

Hasta el cambio climático parece conjurarse en beneficio de este Levante, por fin, eternamente feliz, transformando las estaciones en un perpetuo verano para mayor intensidad de esa luz tan alababa, junto al amor, por el célebre pasodoble. En cuanto al tercer vértice del trípode sobre el que se asientan las esencias valencianas, las flores, nada mejor que un poco de cuidado diario para lucir radiante a los ojos del jardinero más exigente. Ya se encargó de recordarlo el exultante Carlos Fabra tras conocer el recuento de papeletas: “cuanta más mierda nos echen, más crecemos”, dejando así constancia de sus amplios conocimientos sobre los asuntos del estiércol.

viernes, 25 de mayo de 2007

Penes, abejas y otros hinchazones

Sus Satánicas Majestades no dejan de sorprendernos. Si hace unos meses era Keith Richards quien desvelaba su travesura –luego desmentida- de haber esnifado las cenizas de su difunto padre, ahora es un colaborador de Mick Jagger quien nos descubre la que, sin duda, no será la última extravagancia que nos depare el más canalla de los Rolling Stone.

El caso es que, al parecer, el mítico artista, acomplejado por ciertos comentarios de su ex amante Janice Dickenson sobre el tamaño de su miembro viril, no tuvo mejor ocurrencia que someterse a la iniciática ceremonia de una supuesta tribu amazónica. El secreto ritual en cuestión consistía según ha transcendido, en introducir el pene en una caña de bambú donde le aguardaban las picaduras de decenas de abejas; ceremonia que, según los expertos en este tipo de prácticas, logra incrementar tanto las dimensiones del órgano en cuestión, como los furores eróticos de quien la realiza.

En cualquier caso, el interés por la historia no se centra en verificar los resultados del animista rito, sino en contrastar como, al final, detrás de las provocadoras poses del sexagenario cantante, no se esconde el espíritu desafiante de un transgresor, sino la más primaria de las obsesiones de cualquier macho humano: ver quién la tiene más grande.

Un afán por proyectar el glande hacia el infinito que, en el tránsito de la caverna a la sociedad digital, ha ido complicándose freudianamente hasta sublimarse en las más variadas manifestaciones. Porque, ¿qué otra cosa más que esa búsqueda del gran falo puede latir detrás de, por ejemplo, los esfuerzos de algún dirigente popular en tierras africanas para “hinchar” las urnas con votos adquiridos al módico precio de un bono por alimentos? ¿Cómo si no iban a encontrar valor algunos pupilos de Carlos Fabra para invocar los demoníacos conjuros que han debido de ser necesarios para lograr el no menos milagroso “alargamiento” de los censos municipales?

Se consuma así la simbiosis clásica entre el inconsciente sicalíptico y la erótica del poder. Erótica que, en cualquier caso, podemos rastrear no sólo por las libidinosas geografías de la política, sino también en las lubricadas ciénagas de la economía. Desesperado deseo de la gran verga superlativa del mercado continuo, como el que hallamos agazapado entre las operaciones financieras de mi paisano Enrique Bañuelos en Astroc, con las que “estirar” a cualquier precio la más flácida cuenta de resultados.

Claro que, eso sí, entre Mick Jagger y los Fabras y Bañuelos de turno, hay una diferencia clave en este tipo de rituales chamanísticos: estos últimos nunca sienten el más mínimo escozor por las picaduras. No porque sean inmunes a las furibundas abejas, sino porque, en estos casos, sus aguijones siempre se acaban clavando en nuestros indefensos genitales.

miércoles, 23 de mayo de 2007

El culebrón venezolano de El País

Pobrecita libertad de expresión, tan cerca de Jesús de Polanco y tan lejos de la calle. Uno no puede evitar readaptar el viejo dicho mexicano a la vista de la aguerrida campaña en defensa de tan universal derecho que desde hace semanas viene promoviendo el diario El País. El motivo no es otro que la decisión del gobierno venezolano de no renovar la concesión de frecuencia en abierto al canal televisivo RCTV por estimar que la misma finaliza el día 27, en contra del planteamiento de Marcel Garnier y el resto de dueños del canal privado que aseguran disponer de licencia hasta 2022.
Contrasta esta escandalizada defensa de los derechos de RCTV –que siempre podría seguir sus emisiones como canal de pago-, con los silencios del Grupo Prisa ante la connivencia de la televisión con los militares que intentaron acabar por la fuerza con el gobierno democráticamente elegido de Hugo Chávez en abril de 2002. Por entonces, la transparencia informativa tan defendida ahora, llevaba a las páginas de El País a moverse en una medida ambigüedad que hacía aparecer como golpista ¡al propio presidente detenido ilegalmente por los militares sublevados!
Con semejante ejemplo desde la vieja y democrática Europa, no es de extrañar que por aquellos días la emisora -que pasará a la historia de las telecomunicaciones como la productora de telenovelas como Cristal- optara abiertamente por colaborar con los militares derechistas y silenciar cualquier información sobre la resistencia popular que impidió el triunfo del golpe de estado. Vergonzosa colaboración denunciada por el periodista Andrés Izarra, que abandonó entonces la cadena como protesta, o puesta al descubierto por un filme documental tan emotivo como La revolución no será retransmitida, realizado por los irlandeses Kim Bartley y Donnacha O’Briam.
Desde entonces RCTV, aliada mediática de los sectores oligárquicos de Venezuela, ha venido manteniendo una beligerante guerra abierta contra el proceso de transformación social que viene impulsado el movimiento bolivariano liderado por Chávez; un proceso que, por cierto, cuenta con el respaldo mayoritario de la población como han tenido que reconocer todos los observadores internacionales que han supervisado los distintos comicios convocados todos estos años. Ataques que, como recordaba recientemente Ignacio Ramonet, no son distintos a los sufridos en los años 80 por la revolución sandinista desde las páginas de La Prensa, o en los primero 70 por el gobierno chileno de Salvador Allende desde el periódico El Mercurio.
Todo ello queda eclipsado para El País que, frente al activismo abiertamente golpista defendido por el PP en contra de Venezuela, prefiere optar por la versión más socialdemócrata de la sacrosanta defensa de la libertad de expresión, como una especie de homenaje final a la vieja amistad que en otro tiempo unió al estadista Felipe González con el democráticamente corrupto Carlos Ándres Pérez.
Al final todo acaba reducido a lo básico, a esa defensa de los valores universales. Y frente a la vía venezolana al socialismo, El País cierra filas con ese modelo de vida hecho culebrón que promueve RCTV: el amor entre la chica pobre y el rico caballero como alternativa a la justicia social. Porque menos arriesgado que dejarse tentar por proyectos utópicos es seguir la invitación que el propio canal nos lanza desde la publicidad de su programación: “disfrutar junto al Dr. Eladio Lárez del programa educativo por excelencia: “Quién quiere ser millonario”".

martes, 22 de mayo de 2007

Entre sonrisas y Glòria

La sonrisa, ese leve arqueo de la boca capaz de transmitir una sensación gratificante a quien lo percibe, se ha convertido, sin duda, en uno de los elementos más importantes para cualquier campaña electoral que se precie. Desde carteles y vallas publicitarias, las dentaduras blancas y brillantes de los candidatos, delicadamente retocadas por los responsables de imagen, nos asaltan por las esquinas para augurarnos la plácida felicidad que nos aguarda si con nuestra papeleta logramos auparles hasta la cima de un cargo público.

De este modo, la sonrisa se convierte en ariete amable del debate político, pieza esencial dentro de esa dialéctica afectuosa de imágenes que caracteriza la pugna mediática entre los dos grandes partidos por conquistar ese amórfico y supuestamente decisivo voto centrista. La lucha de clase se transforma así en una suerte de lucha de muecas, de la que, hasta la fecha, han sabido salir airosos por estas tierras valencianas los aspirantes más conservadores.
Porque, indiscutiblemente, la derecha ha sabido sonreír mucho mejor que sus contrincantes durante todos estos años. Y si ataño fue el toque bronceado y pícaro de Eduardo Zaplana, aprendido de su maestro Julio Iglesias, el que encandiló al electorado, ahora, tras la visita de Joseph Ratzinger, los aspirantes del PP confían en repetir triunfo poniendo el acento familiar en ese ponderado rictus alegre y amable. No en vano, observando sus caras fotografiadas se tiene la sensación de que todos esos felices momentos familiares, esas decenas de bodas, bautizos y comuniones vividas con su inevitable fotografía, no han sido para el candidato conservador más que capítulos de un largo entrenamiento que culminó en ese definitivo posado para el cartel electoral.
Por eso nos resulta difícil no encontrar en un rostro como el de Francisco Camps, el reflejo de aquel tío con quien acabábamos enfrascados en inocentes juegos de cartas las lejanas sobremesas de Navidad; igual que intuimos en el semblante de Rita Barberá, la rememoranza de aquella peculiar tía–abuela que nos preparaba unas sabrosas torrijas, con doble ración de azúcar y canela, con las que se hacía perdonar su soltera extravagancia.
Todo es perfecto en esas grandes sonrisas de centro derecha. El gesto de los candidatos nos deja entrever sus dientes incisivos por entre unos labios entornados, ligeramente, sólo lo justo para no poner excesivamente al descubierto unos caninos que pudieran amedrentar, hacer temer a quien los mira que detrás de esos colmillos pudiese existir un desmesurado afán por hincarle el diente privatizador a los servicios públicos, a algún negocio urbanístico o, directamente, a las arcas de la administración.
Por el contrario, en la orilla progresista del mar indefinido del centrismo, no parecen terminar de encontrar la medida al difícil arte de la sonrisa democrática. Joan Ignasi Pla, por ejemplo, se dirige desde los carteles a su potencial votante con una sonrisa apretada de labios cerrados. Gesto forzado y desconcertante para quien lo contempla, incapaz de descifrar si el mohín del candidato es debido a un exceso de pudor, herencia de una lejana austeridad izquierdista, o a un desesperado intento por ocultar algún resquicio de halitosis política. En suma, una ocultación bucal difícil de interpretar en alguien que, por otro lado, se afana en prometer prótesis dentales gratuitas en sus mensajes radiofónicos.
Frente al acomplejado gesto de Pla, Carmen Alborch se convierte en la sonrisa desbordada del socialismo valenciano. La ex ministra de cultura apuesta por la alegría como bandera. Es la política hecha verbena. La alternativa a la casta y familiar Valencia de los populares se convierte para Alborch en un Cap i Casal hecho espectáculo, con giganta, cabezudos y merchandising diseñados por Javier Mariscal y Francis Montesinos. Una fiesta de colores a la que resulte tentador acercarse, aun a sabiendas de que al día siguiente sólo nos quedará el decepcionante dolor de cabeza de la resaca.
Por ello, ante este panorama de labios amables, uno agradece la actitud de Glòria Marcos, su renuncia a la sonrisa dental del buen candidato. Porque aunque los pactos con Enric Morera le hayan obligado a un peinado que poco le favorece, la cabeza de cartel del Compromís prefiere desde su fotografía callejera dirigirse al transeúnte/ciudadano, no con la ensayada expresión de forzada simpatía en los labios, sino con la firmeza de su mirada. Encaramada en las paredes la coordinadora de EU parece buscar por las acera el guiño anónimo de algún vistazo cómplice en hacer posible un cambio. Aunque, eso sí, con su silueta básica de blanco y negro, parece recordarnos que, a pesar de las sonrisas y los colores, las cosas siguen estando jodidas.

martes, 15 de mayo de 2007

Estornudos de mayo

El polen suele hacer de mayo un mes propenso para los estornudos. En otros casos las alergias estacionales suelen tomar la forma de sarpullidos o congestiones. Sin embargo, a los socialistas en el gobierno estos trastornos ligados a las antojadizas órbitas entre los equinoccios y los solsticios, parecen manifestárseles en una extraña incontinencia consumista vinculada a los caprichos militares.

Así, fue precisamente un mes de mayo de 1983 cuando Felipe González, aquel abogado sevillano con aspiraciones de gran estadista, sintió la irrefrenable necesidad de hacerles regalitos a una milicia que pocos meses antes había atemperado los ánimos reivindicativos de los ciudadanos con el chabacano golpe de Tejero. Un detalle que dejó encantada a la autoridad competente, militar por supuesto, con aquel presente con evocador nombre de cuchillo bandolero y motor a reacción: FACA, siglas castizas del Futuro Avión de Combate y Ataque que acabaron plasmándose en la compra de 72 caza-bombardeos F18A al gigante norteamericano McDonnell Douglas por la nada desdeñable cifra de 300.000 millones de pesetas de la época. En realidad, un aperitivo liviano si se compara con el auténtico plato fuerte que se preparaba para el generalato, un ingreso en la OTAN con el que quitarse el olor rancio y casposo del postfranquismo y aderezarse con los modernos ropajes de la comunidad internacional.

Lamentablemente, por aquellos años el gabinete felipista no tuvo ninguna guerra a mano donde estrenar los nuevos avioncitos de la Fuerza Aérea. De hecho, las únicas hostilidades que afrontaron los Carlos Solchaga y Miguel Boyer de la época, fueron las desesperadas barricadas que desde Sagunto a Gijón se empeñaban en levantar miles de obreros empecinados en su ignorancia a resistir unas reconversiones que, con banda sonora de Alaska y los Pegamoides, llegaban anunciando los nuevos tiempos de posmoderno neoliberalismo, precariedad y deslocalización. Y aunque en todo este proceso no faltó algún que otro disparo al aire con revoltoso obrero por los suelos, tampoco fue plan el bombardear los altos hornos o los astilleros. Así que debieron esperar un poco más para demostrar al mundo entero lo oportuno de aquella millonaria inversión que, por fin, les permitió bombardear… la antigua Yugoslavia.

Ahora, de nuevo llega el mes de mayo y hoy es a José Luis Rodríguez Zapatero a quien le salen las erupciones militaristas en sus programas de compra. Porque el pacifista ZP, como le ocurriera a su antecesor, vuelve a considerar urgente realizar un testimonial desembolso de fondos públicos para garantizar a los españoles unos dulces sueños. Menudencias. Tan sólo 72 millones de euros cuyo destino final no será otro que la adquisición de 24 misiles Tomahawk. Operación que, eso sí, nos permitiría entrar en el selecto grupo de países que poseen tan tecnológico y mortífero petardo, junto con Estados Unidos y Gran Bretaña, reeditando así, casualidades de la vida, una peculiar foto de las Azores que, no obstante, la discreción de las operaciones financieras hacen innecesaria de repetir.

Hasta ahí, ya se ve, todo perfecto. El único reparo que algunos malintencionados podrían plantear es la incapacidad tecnológica de España para hacer uso de sus nuevos artilugios, como reconocen en la Armada. Una banalidad que se evapora leyendo la letra pequeña del contrato: para nuestra tranquilidad, será Washington quien ponga a disposición del Alto Mando español toda su intrincada red de satélites para apuntar nuestros misiles, a cambio, eso sí, de ser ella quien elija sobre qué blancos pueden disparar nuestros soldaditos. Toda una garantía. Confiemos, en fin, en que entre las coordenadas del Pentágono no se encuentre ningún cayuco africano por las costas canarias. Ni que los servicios secretos norteamericanos, asesorados por algún conferenciante en Georgetown, no descubran alguna sede secreta de Acción Nacionalista Vasca en alguna montaña perdida de Afganistán.

miércoles, 4 de abril de 2007

Amor de padre

Las relaciones entre padres e hijos han sido conflictivas desde los más remotos tiempos. Se cuenta que Cronos no tenía el menor empacho en comerse a sus propios vástagos, hasta que un buen día Zeus, salvado por su madre, decidió poner fin a aquel banquete. Más recientemente, el satánico Keith Richards tampoco tuvo reparos durante una noche de juerga en esnifarse las cenizas de su progenitor recién incinerado.

No menos atormentadas fueron las desventuras del triángulo formado, allá en la lejana Tebas, por Edipo, su padre Layo y la pobre Yocasta, cuyo desenlace dejó convertido en un juego de niños los inocentes acertijos de la Esfinge. O los también incestuosos avatares del bueno de Lot con sus hijas, que de haberlos conocido habrían dejado de piedra a su esposa, si la curiosidad no la hubiera dejado antes salada a las puertas de Sodoma.

Pero donde la complejidad de estas relaciones paterno-filiales adquiere su giro más retorcido es, sin duda, entre Jesús y su Padre eterno, cuya enfermiza concepción de la paternidad ya dejó evidenciada en sus antojadizas pruebas a Abraham. Y es que esa peculiar condición de uno y trino, logra aunar sadismo y masoquismo, con esta peculiar concepción de un hijo sin otro propósito que el de entregarlo a la tortura. Si a ello le sumamos el desgraciado de San José y el colombino Espíritu Santo, la relación se retuerce hasta extremos barrocos al añadírsele así estos toques de indisimulado adulterio y zoofilia.

Con semejantes precedentes no es de extrañar la deriva mental en que se hallan sumergidos los Santos Padres de Roma en eso de los lazos con sus hijos espirituales. Cierto es que ya han pasado los tiempos en que no se dudaba en aplicar potro y brasa al descarriado que dejaba el camino de Dios. Pero esto no quita para que el Papa no encuentre la menor oportunidad para mostrarse estricto con la oveja negra del rebaño divino.
Vease si no lo a pecho que se ha tomado Benedicto XVI la irrespetuosa rebeldía de Jon Sobrino, al igual que en su día, el hoy ya en olor de santidad, Juan Pablo II, no dudó en arremeter contra la irreverente boina de Ernesto Cardenal. Y con estas enseñanzas, ¿cómo no entender la inflexible y paternal autoridad de Rouco Varela con los feligreses de la parroquia de San Carlos Borromeo de Vallecas?.
Claro que, al fin y al cabo, a ningún padre le gusta ver a sus hijos en compañía de muertos de hambre y drogadictos.