jueves, 31 de mayo de 2007

La muerte ya tiene precio

Allá por el siglo XIX, el tan denostado Karl Marx puso al descubierto la perversión de un sistema que transformaba a las personas en meras mercancías. Ahora, el capitalismo globalizado y virtual parece maduro para una nueva vuelta de rosca: convertir en mercancía hasta la misma muerte.

Ocurrirá en el canal de televisión holandés Nederland 3 donde Lisa, de 37 años, deberá de elegir cuál de los tres participantes de un concurso obtiene uno de sus riñones para el trasplante que necesita, premio que sólo podrá cobrar después de que el tumor cerebral que sufre la mujer le haya corroído el resto de sus vísceras. El público, desde sus casas, podrá votar a favor de su moribundo favorito, llorar por sus tristes historias y deleitarse con las más variadas novedades comerciales con que será bombardeado durante las inevitables pausas publicitarias que , tal vez, en esta ocasión, servirán también para que los integrantes del programa puedan recibir asistencia médica de urgencia o, en caso de necesidad, la extrema unción.
La idea, que partió del canal BNN y está producida por Endemol, la misma productora responsable de experimentos de calidad de la talla de Gran Hermano, no es nueva en realidad. Al fin y al cabo, desde los primeros ritos epipaleolíticos la muerte ha impactado con una fuerza sin par en el imaginario colectivo. La misma Iglesia católica fija sus raíces en una ejecución y la Historia del Arte está repleta de una suerte de iconografía del sufrimiento con la que ilustrar los más morbosos pasajes del santoral. Hasta Peter Greenaway se adentró por las más oscuras obsesiones por inmortalizar la presencia de la muerte, en un filme tan tediosamente fascinante como Zoo.
Sin embargo, no es la sublimación de un absoluto lo que persigue la productora, sino devolver a los espectadores a la vieja fórmula de la muerte en directo, que tan buenos resultados dio en las arenas de Roma y en los Autos de Fe. Ahora, prohibidas las ejecuciones públicas a garrote o paredón, el respetable público puede volver a disfrutar del espectáculo cómodamente desde sus casas, democráticamente interactivo y, encima, sin la incordiante presencia de las moscas merodeando los cadáveres.
Mejor aún. El telespectador puede saborear del banquete necrológico, con la tranquilidad de estar presenciando una humanitaria propuesta de sensibilización, como insisten los responsables de BNN recordando que el programa es un homenaje al creador del canal, fallecido hace unos años por una dolencia renal. Todo un detallazo. Hasta puede que la idea encuentre eco por los pasillos de la Conselleria de Sanidad y Rafael Blasco la asuma dentro de algún rimbombante plan de choque. Incluso se podría retransmitir a través de la macropantalla millonaria que conselleria retiró de la entrada a Valencia y de la que, ahora, se desconoce su paradero. Mariano Rajoy se lo agradecería. Seguro que serían cuatro puntos más de ventaja en las próximas generales.
PD.- Al final, en el último minuto, el espectador pudo lanzar un suspiro de alivio cuando el presentador de la BNN anunció que Lisa no era una moribunda, que los auténticos muertos éramos nosotros. Después, con su traje cirquense, entre luces multicolores, música y caballos con penachos dando vueltas alrededor, saltó con un doble mortal hasta el centro de la pista para caer en lomos de un elefante y lanzar la vieja soflama: ¡¡¡El espectáculo debe continuar!!!

lunes, 28 de mayo de 2007

La tierra de las flores, de la luz y del amor

Valencia es la tierra de las flores, de la luz y del amor. A partir de ahora, también es, junto con Madrid, la gran despensa de votos del PP. La foto fija de la noche electoral en la sede socialista en la calle Blanquerías, o en el Hotel Hesperia donde EU y Bloc esperaban celebrar su condición de llave del cambio, dejaba lugar a pocas dudas.
Sólo algunos semblantes contrastaban entre aquella galería de rostros desencajados: Enric Morera que observaba como la aritmética del desastre le convertían un cero por cero en dos diputados, y Carmen Alborch que después de que la apisonadora de Rita Barberá le dejase hecho unos zorros sus expectativas con diseño de Montesinos, continuaba, como siempre, sonriendo. Por el contrario, en Ignasi Pla, Glòria Marcos o Amadeo Sanchis, ni siquiera existía perplejidad. Presentaban más bien esa mirada perdida del boxeador, que tras sufrir en su rostro el castigo de una serie alternada de crochets de derecha e izquierda, siente como estalla su mentón por el impacto de un gancho y le parece estar bailando en el vacío durante ese eterno instante previo a su precipitarse sobre la lona.

Y después se hizo el silencio, mientras que afuera la música del tiovivo popular continuaba marcando sus estridentes compases de Copa América o nuevas partituras automovilísticas recreadas por Bernie Ecclestone. Un hedonismo vacío, envidiado por una izquierda realista que sólo tenía para ofrecer la diversión de una geganta de cartón piedra, y criticado por una siniestra idealista, empeñada en aguar la fiesta a los invitados en nombre de un difuso y sostenible sentido común.

Porque desde que el social-liberal Carlos Solchaga concentrara, allá por los años 80, toda la sapiencia de la nueva economía en su célebre soflama “enriqueceos”, y la posmodernidad convirtiera la cultura crítica en mera lentejuela, el respetable público está para pocos espectáculos reflexivos. El debate político se reduce así a lo básico: la izquierda que nos quitó el agua del Ebro y pretende dejarnos hasta sin “Aquí hay tomate”. O lo que es peor, los radicales trasnochados que amenazan con dejar sin recalificar el huerto del abuelo, PAI intuido con el que pagar la hipoteca del adosado o ese flamante BMW con el que llevar a los niños al colegio concertado.

Hasta el cambio climático parece conjurarse en beneficio de este Levante, por fin, eternamente feliz, transformando las estaciones en un perpetuo verano para mayor intensidad de esa luz tan alababa, junto al amor, por el célebre pasodoble. En cuanto al tercer vértice del trípode sobre el que se asientan las esencias valencianas, las flores, nada mejor que un poco de cuidado diario para lucir radiante a los ojos del jardinero más exigente. Ya se encargó de recordarlo el exultante Carlos Fabra tras conocer el recuento de papeletas: “cuanta más mierda nos echen, más crecemos”, dejando así constancia de sus amplios conocimientos sobre los asuntos del estiércol.

viernes, 25 de mayo de 2007

Penes, abejas y otros hinchazones

Sus Satánicas Majestades no dejan de sorprendernos. Si hace unos meses era Keith Richards quien desvelaba su travesura –luego desmentida- de haber esnifado las cenizas de su difunto padre, ahora es un colaborador de Mick Jagger quien nos descubre la que, sin duda, no será la última extravagancia que nos depare el más canalla de los Rolling Stone.

El caso es que, al parecer, el mítico artista, acomplejado por ciertos comentarios de su ex amante Janice Dickenson sobre el tamaño de su miembro viril, no tuvo mejor ocurrencia que someterse a la iniciática ceremonia de una supuesta tribu amazónica. El secreto ritual en cuestión consistía según ha transcendido, en introducir el pene en una caña de bambú donde le aguardaban las picaduras de decenas de abejas; ceremonia que, según los expertos en este tipo de prácticas, logra incrementar tanto las dimensiones del órgano en cuestión, como los furores eróticos de quien la realiza.

En cualquier caso, el interés por la historia no se centra en verificar los resultados del animista rito, sino en contrastar como, al final, detrás de las provocadoras poses del sexagenario cantante, no se esconde el espíritu desafiante de un transgresor, sino la más primaria de las obsesiones de cualquier macho humano: ver quién la tiene más grande.

Un afán por proyectar el glande hacia el infinito que, en el tránsito de la caverna a la sociedad digital, ha ido complicándose freudianamente hasta sublimarse en las más variadas manifestaciones. Porque, ¿qué otra cosa más que esa búsqueda del gran falo puede latir detrás de, por ejemplo, los esfuerzos de algún dirigente popular en tierras africanas para “hinchar” las urnas con votos adquiridos al módico precio de un bono por alimentos? ¿Cómo si no iban a encontrar valor algunos pupilos de Carlos Fabra para invocar los demoníacos conjuros que han debido de ser necesarios para lograr el no menos milagroso “alargamiento” de los censos municipales?

Se consuma así la simbiosis clásica entre el inconsciente sicalíptico y la erótica del poder. Erótica que, en cualquier caso, podemos rastrear no sólo por las libidinosas geografías de la política, sino también en las lubricadas ciénagas de la economía. Desesperado deseo de la gran verga superlativa del mercado continuo, como el que hallamos agazapado entre las operaciones financieras de mi paisano Enrique Bañuelos en Astroc, con las que “estirar” a cualquier precio la más flácida cuenta de resultados.

Claro que, eso sí, entre Mick Jagger y los Fabras y Bañuelos de turno, hay una diferencia clave en este tipo de rituales chamanísticos: estos últimos nunca sienten el más mínimo escozor por las picaduras. No porque sean inmunes a las furibundas abejas, sino porque, en estos casos, sus aguijones siempre se acaban clavando en nuestros indefensos genitales.

miércoles, 23 de mayo de 2007

El culebrón venezolano de El País

Pobrecita libertad de expresión, tan cerca de Jesús de Polanco y tan lejos de la calle. Uno no puede evitar readaptar el viejo dicho mexicano a la vista de la aguerrida campaña en defensa de tan universal derecho que desde hace semanas viene promoviendo el diario El País. El motivo no es otro que la decisión del gobierno venezolano de no renovar la concesión de frecuencia en abierto al canal televisivo RCTV por estimar que la misma finaliza el día 27, en contra del planteamiento de Marcel Garnier y el resto de dueños del canal privado que aseguran disponer de licencia hasta 2022.
Contrasta esta escandalizada defensa de los derechos de RCTV –que siempre podría seguir sus emisiones como canal de pago-, con los silencios del Grupo Prisa ante la connivencia de la televisión con los militares que intentaron acabar por la fuerza con el gobierno democráticamente elegido de Hugo Chávez en abril de 2002. Por entonces, la transparencia informativa tan defendida ahora, llevaba a las páginas de El País a moverse en una medida ambigüedad que hacía aparecer como golpista ¡al propio presidente detenido ilegalmente por los militares sublevados!
Con semejante ejemplo desde la vieja y democrática Europa, no es de extrañar que por aquellos días la emisora -que pasará a la historia de las telecomunicaciones como la productora de telenovelas como Cristal- optara abiertamente por colaborar con los militares derechistas y silenciar cualquier información sobre la resistencia popular que impidió el triunfo del golpe de estado. Vergonzosa colaboración denunciada por el periodista Andrés Izarra, que abandonó entonces la cadena como protesta, o puesta al descubierto por un filme documental tan emotivo como La revolución no será retransmitida, realizado por los irlandeses Kim Bartley y Donnacha O’Briam.
Desde entonces RCTV, aliada mediática de los sectores oligárquicos de Venezuela, ha venido manteniendo una beligerante guerra abierta contra el proceso de transformación social que viene impulsado el movimiento bolivariano liderado por Chávez; un proceso que, por cierto, cuenta con el respaldo mayoritario de la población como han tenido que reconocer todos los observadores internacionales que han supervisado los distintos comicios convocados todos estos años. Ataques que, como recordaba recientemente Ignacio Ramonet, no son distintos a los sufridos en los años 80 por la revolución sandinista desde las páginas de La Prensa, o en los primero 70 por el gobierno chileno de Salvador Allende desde el periódico El Mercurio.
Todo ello queda eclipsado para El País que, frente al activismo abiertamente golpista defendido por el PP en contra de Venezuela, prefiere optar por la versión más socialdemócrata de la sacrosanta defensa de la libertad de expresión, como una especie de homenaje final a la vieja amistad que en otro tiempo unió al estadista Felipe González con el democráticamente corrupto Carlos Ándres Pérez.
Al final todo acaba reducido a lo básico, a esa defensa de los valores universales. Y frente a la vía venezolana al socialismo, El País cierra filas con ese modelo de vida hecho culebrón que promueve RCTV: el amor entre la chica pobre y el rico caballero como alternativa a la justicia social. Porque menos arriesgado que dejarse tentar por proyectos utópicos es seguir la invitación que el propio canal nos lanza desde la publicidad de su programación: “disfrutar junto al Dr. Eladio Lárez del programa educativo por excelencia: “Quién quiere ser millonario”".

martes, 22 de mayo de 2007

Entre sonrisas y Glòria

La sonrisa, ese leve arqueo de la boca capaz de transmitir una sensación gratificante a quien lo percibe, se ha convertido, sin duda, en uno de los elementos más importantes para cualquier campaña electoral que se precie. Desde carteles y vallas publicitarias, las dentaduras blancas y brillantes de los candidatos, delicadamente retocadas por los responsables de imagen, nos asaltan por las esquinas para augurarnos la plácida felicidad que nos aguarda si con nuestra papeleta logramos auparles hasta la cima de un cargo público.

De este modo, la sonrisa se convierte en ariete amable del debate político, pieza esencial dentro de esa dialéctica afectuosa de imágenes que caracteriza la pugna mediática entre los dos grandes partidos por conquistar ese amórfico y supuestamente decisivo voto centrista. La lucha de clase se transforma así en una suerte de lucha de muecas, de la que, hasta la fecha, han sabido salir airosos por estas tierras valencianas los aspirantes más conservadores.
Porque, indiscutiblemente, la derecha ha sabido sonreír mucho mejor que sus contrincantes durante todos estos años. Y si ataño fue el toque bronceado y pícaro de Eduardo Zaplana, aprendido de su maestro Julio Iglesias, el que encandiló al electorado, ahora, tras la visita de Joseph Ratzinger, los aspirantes del PP confían en repetir triunfo poniendo el acento familiar en ese ponderado rictus alegre y amable. No en vano, observando sus caras fotografiadas se tiene la sensación de que todos esos felices momentos familiares, esas decenas de bodas, bautizos y comuniones vividas con su inevitable fotografía, no han sido para el candidato conservador más que capítulos de un largo entrenamiento que culminó en ese definitivo posado para el cartel electoral.
Por eso nos resulta difícil no encontrar en un rostro como el de Francisco Camps, el reflejo de aquel tío con quien acabábamos enfrascados en inocentes juegos de cartas las lejanas sobremesas de Navidad; igual que intuimos en el semblante de Rita Barberá, la rememoranza de aquella peculiar tía–abuela que nos preparaba unas sabrosas torrijas, con doble ración de azúcar y canela, con las que se hacía perdonar su soltera extravagancia.
Todo es perfecto en esas grandes sonrisas de centro derecha. El gesto de los candidatos nos deja entrever sus dientes incisivos por entre unos labios entornados, ligeramente, sólo lo justo para no poner excesivamente al descubierto unos caninos que pudieran amedrentar, hacer temer a quien los mira que detrás de esos colmillos pudiese existir un desmesurado afán por hincarle el diente privatizador a los servicios públicos, a algún negocio urbanístico o, directamente, a las arcas de la administración.
Por el contrario, en la orilla progresista del mar indefinido del centrismo, no parecen terminar de encontrar la medida al difícil arte de la sonrisa democrática. Joan Ignasi Pla, por ejemplo, se dirige desde los carteles a su potencial votante con una sonrisa apretada de labios cerrados. Gesto forzado y desconcertante para quien lo contempla, incapaz de descifrar si el mohín del candidato es debido a un exceso de pudor, herencia de una lejana austeridad izquierdista, o a un desesperado intento por ocultar algún resquicio de halitosis política. En suma, una ocultación bucal difícil de interpretar en alguien que, por otro lado, se afana en prometer prótesis dentales gratuitas en sus mensajes radiofónicos.
Frente al acomplejado gesto de Pla, Carmen Alborch se convierte en la sonrisa desbordada del socialismo valenciano. La ex ministra de cultura apuesta por la alegría como bandera. Es la política hecha verbena. La alternativa a la casta y familiar Valencia de los populares se convierte para Alborch en un Cap i Casal hecho espectáculo, con giganta, cabezudos y merchandising diseñados por Javier Mariscal y Francis Montesinos. Una fiesta de colores a la que resulte tentador acercarse, aun a sabiendas de que al día siguiente sólo nos quedará el decepcionante dolor de cabeza de la resaca.
Por ello, ante este panorama de labios amables, uno agradece la actitud de Glòria Marcos, su renuncia a la sonrisa dental del buen candidato. Porque aunque los pactos con Enric Morera le hayan obligado a un peinado que poco le favorece, la cabeza de cartel del Compromís prefiere desde su fotografía callejera dirigirse al transeúnte/ciudadano, no con la ensayada expresión de forzada simpatía en los labios, sino con la firmeza de su mirada. Encaramada en las paredes la coordinadora de EU parece buscar por las acera el guiño anónimo de algún vistazo cómplice en hacer posible un cambio. Aunque, eso sí, con su silueta básica de blanco y negro, parece recordarnos que, a pesar de las sonrisas y los colores, las cosas siguen estando jodidas.

martes, 15 de mayo de 2007

Estornudos de mayo

El polen suele hacer de mayo un mes propenso para los estornudos. En otros casos las alergias estacionales suelen tomar la forma de sarpullidos o congestiones. Sin embargo, a los socialistas en el gobierno estos trastornos ligados a las antojadizas órbitas entre los equinoccios y los solsticios, parecen manifestárseles en una extraña incontinencia consumista vinculada a los caprichos militares.

Así, fue precisamente un mes de mayo de 1983 cuando Felipe González, aquel abogado sevillano con aspiraciones de gran estadista, sintió la irrefrenable necesidad de hacerles regalitos a una milicia que pocos meses antes había atemperado los ánimos reivindicativos de los ciudadanos con el chabacano golpe de Tejero. Un detalle que dejó encantada a la autoridad competente, militar por supuesto, con aquel presente con evocador nombre de cuchillo bandolero y motor a reacción: FACA, siglas castizas del Futuro Avión de Combate y Ataque que acabaron plasmándose en la compra de 72 caza-bombardeos F18A al gigante norteamericano McDonnell Douglas por la nada desdeñable cifra de 300.000 millones de pesetas de la época. En realidad, un aperitivo liviano si se compara con el auténtico plato fuerte que se preparaba para el generalato, un ingreso en la OTAN con el que quitarse el olor rancio y casposo del postfranquismo y aderezarse con los modernos ropajes de la comunidad internacional.

Lamentablemente, por aquellos años el gabinete felipista no tuvo ninguna guerra a mano donde estrenar los nuevos avioncitos de la Fuerza Aérea. De hecho, las únicas hostilidades que afrontaron los Carlos Solchaga y Miguel Boyer de la época, fueron las desesperadas barricadas que desde Sagunto a Gijón se empeñaban en levantar miles de obreros empecinados en su ignorancia a resistir unas reconversiones que, con banda sonora de Alaska y los Pegamoides, llegaban anunciando los nuevos tiempos de posmoderno neoliberalismo, precariedad y deslocalización. Y aunque en todo este proceso no faltó algún que otro disparo al aire con revoltoso obrero por los suelos, tampoco fue plan el bombardear los altos hornos o los astilleros. Así que debieron esperar un poco más para demostrar al mundo entero lo oportuno de aquella millonaria inversión que, por fin, les permitió bombardear… la antigua Yugoslavia.

Ahora, de nuevo llega el mes de mayo y hoy es a José Luis Rodríguez Zapatero a quien le salen las erupciones militaristas en sus programas de compra. Porque el pacifista ZP, como le ocurriera a su antecesor, vuelve a considerar urgente realizar un testimonial desembolso de fondos públicos para garantizar a los españoles unos dulces sueños. Menudencias. Tan sólo 72 millones de euros cuyo destino final no será otro que la adquisición de 24 misiles Tomahawk. Operación que, eso sí, nos permitiría entrar en el selecto grupo de países que poseen tan tecnológico y mortífero petardo, junto con Estados Unidos y Gran Bretaña, reeditando así, casualidades de la vida, una peculiar foto de las Azores que, no obstante, la discreción de las operaciones financieras hacen innecesaria de repetir.

Hasta ahí, ya se ve, todo perfecto. El único reparo que algunos malintencionados podrían plantear es la incapacidad tecnológica de España para hacer uso de sus nuevos artilugios, como reconocen en la Armada. Una banalidad que se evapora leyendo la letra pequeña del contrato: para nuestra tranquilidad, será Washington quien ponga a disposición del Alto Mando español toda su intrincada red de satélites para apuntar nuestros misiles, a cambio, eso sí, de ser ella quien elija sobre qué blancos pueden disparar nuestros soldaditos. Toda una garantía. Confiemos, en fin, en que entre las coordenadas del Pentágono no se encuentre ningún cayuco africano por las costas canarias. Ni que los servicios secretos norteamericanos, asesorados por algún conferenciante en Georgetown, no descubran alguna sede secreta de Acción Nacionalista Vasca en alguna montaña perdida de Afganistán.