"Es que iba provocando". Con estas palabras, u otras similares, se solía relativizar -y aún se suele seguir haciendo- infinidad de agresiones sexuales contra la mujer, creando incluso jurisprudencia en más de una sonora sentencia. La culpabilización de la víctima se esconde así en el plisado de una falda que se precipita a más o menos centímetros de la rodilla, en el escote generoso en transparencias, o en ese carmín tan subido de tono que, según sus detractores, lo convierten en violentamente irresistible para la testosterona cándida del violador.
Así la violencia ejercida contra la anatemizada hembra, se percibe como una suerte de venganza bíblica que restituye de forma ejemplarizante el equilibrio roto por su exhibicionista comportamiento. Y el agresor, reivindicado por la ley de los jueces y la sabiduría rancia de Perogrullo, conserva intacta su prepotencia de poder en lo alto de su torre de fálico marfil. Porque, a fin de cuentas y en última instancia, quien muestra carne, carne quiere; uno no es de piedra, y luego pasa lo que pasa.
Así la violencia ejercida contra la anatemizada hembra, se percibe como una suerte de venganza bíblica que restituye de forma ejemplarizante el equilibrio roto por su exhibicionista comportamiento. Y el agresor, reivindicado por la ley de los jueces y la sabiduría rancia de Perogrullo, conserva intacta su prepotencia de poder en lo alto de su torre de fálico marfil. Porque, a fin de cuentas y en última instancia, quien muestra carne, carne quiere; uno no es de piedra, y luego pasa lo que pasa.
Sin duda, estos argumentos escandalizarían a cualquiera que tuviera no sólo una mentalidad liberal, sino simplemente el más mínimo de sentido común. Incluso no faltarían periodistas sensibilizados que desde las páginas de los más serios, rigurosos y progresistas diarios lanzarían los más encendidos artículos y editoriales, para denunciar tan inadmisibles comportamientos sociales y judiciales.
Y, sin embargo, el manido argumento de la minifalda exhibicionista sigue llenando páginas y páginas de esos mismos diarios cuando de lo que se trata es de salvaguardar el buen orden social e internacional. De este modo, por ejemplo, los españoles podemos comprender un poco mejor por qué atacan a nuestras tropas y matan a nuestros soldados en el Líbano, tras conocer que este país tiene la provocativa desfachatez de romper el alto el fuego y disparar contra los aviones israelíes que cándidamente penetran en su espacio aéreo.
O nos descubren indignados como Venezuela, convertida en los últimos años en país minifalda por excelencia, tiene la osadía de reformar su constitución para recortar las libertades civiles en caso de emergencia. Nos ponen de nuevo en guardia ante ese iluminado sátrapa Hugo Chávez, aspirante a la eterna reelección, encaprichado en tener una constitución a medida, con las mismas disparatadas posibilidades que otorga, sin ir más lejos, la actual Constitución española.
Son ganas de provocar. Y, claro, luego pasa lo que pasa.
1 comentario:
No sabemos si los responsables de El País se dieron una vuelta por este humilde paraiso, pero lo cierto es que han optado por cambiar su titular primero sobre el Líbano y ya no le acusan de "romper el alto el fuego". Todo un detallazo.
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