sábado, 6 de octubre de 2007

La salsa y el monarca




Las fronteras que separan la exageración del despropósito nunca han sido terrero seguro. El pescador, por ejemplo, siempre ha sido propenso a “exagerar” las dimensiones de sus capturas. Sin embargo, el aficionado a las artes del anzuelo y el sedal es consciente de que su auditorio sólo aparentará un mínimo interés por sus hazañas si las desproporciones entre el tamaño de sus piezas y las medidas fantasiosas de su relato se ajustan a un básico nivel de sentido común mutuamente acordado. Transformar sardinas en atunes puede ser tolerado como un simpático gesto de complicidad y refuerzo de la autoestima de nuestro amigo el pescador. Pero transformarlas en ballenas sería tal despropósito que no podríamos seguir escuchando el relato sin comenzar a tener la sospecha de que nuestro interlocutor nos está tomando por imbéciles.

Lamentablemente, en los últimos tiempos, esa mínima ponderación que impide pasar de la exageración al despropósito se hace cada día más tenue en las aburridas sociedades avanzadas, donde los medios de comunicación se muestran ávidos de excitantes narraciones y los poderes políticos ansían hallar la truculenta historia que mantenga al respetable público atento en sus asientos y sin molestar. Uno de estos últimos episodios se vivió esta semana. Y como no podía ser de otra forma desde aquel 11 de septiembre neoyorquino, lo hizo siguiendo la estela temática del terrorismo global, un argumento que está resultando tan rentable que, sin duda, habría hecho las delicias de aquellos productores cinematográficos de los años de Guerra Fría que, entre platillos volantes y criaturas monstruosas, dejaban entrever los maléficos planes de un “Planeta Rojo” con capital en Moscú.

Porque resulta difícil considerar sólo una “exagerada” forma de velar por la seguridad ciudadana y la estabilidad de la democracia, la decisión de evacuar varias calles del Soho londinense porque alguien confundió el aroma de la suculenta salsa nam prik pao que afanosamente preparaba el cocinero del restaurante tailandés Thai Cottage Chalemchai Tangjariyapoon, con un supuesto ataque químico orquestado desde alguna tenebrosa cueva en algún recóndito país. De hecho, ni la enfermiza imaginación de Ed Wood habría podido idear para alguna de sus películas, el despropósito de la impactante entrada de los equipos especiales de bomberos en las cocinas para aislar y neutralizar tan sabroso acompañamiento para las gambas.

Tampoco faltan ejemplos de esta tendencia a la desproporción por estas tierras españolas, tan dadas por lo natural a la exageración y a la sobreactuación. Qué otra cosa sino puede considerarse la llamada a rebato que en los últimos tiempos están protagonizando los más variados abanderados de la monarquía desde que la revista satírica El jueves osó dejar a los Príncipes de Asturias con el culo al aire. No en vano, tras el ondear de unas -por desgracia- pocas banderas republicanas, algunos parecen empeñados en equiparar la quema de cuatro fotocopias con la imagen de los ciudadanos Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia, con el último paso que dio Luis XVI antes de que Charles Henri Sanson accionara el dispositivo de la guillotina sobre su cabeza. Sólo que ahora la gesta ingenua de unos adolescentes antimonárquicos está acabando ante los tribunales y puede terminar entre barrotes para algún infeliz.

En última instancia, detrás de estas aparatosas actuaciones en defensa del orden no hay más que un afán interesado por hacer ruido y amedrentar a las ya de por sí pusilánimes audiencias. Remover las aguas mediáticas buscando, como no podría ser de otra forma hablando de exageraciones, una “ganancia de pescadores” conseguida a costa de enturbiar los fondos con lodo. Lo sorprendente, en cualquier caso, es que todavía no falte quien esté dispuesto a tragarse el anzuelo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya era hora de que postearas. Desde Junio !!.
Yanoquedanangeles

Moncadista dijo...

Hola, soy moncadista, tiene razón yanoquedanangeles, disfruto bastante leyéndote, y me pasa poco navegando.

Llevamos décadas sufriendo represión por pasear con banderas republicanas, o "injuriar" al reyecito, con decenas de chavales con antecedentes y alguna que otra tortura.
Y de pronto, los republicanos más "inofensivos" en tanto que perdidos, los "indepes" son los que salen en el tomate.
Es como dice Pascual Serrano hoy en Rebelión, El País alaba al Che mientras este está muerto, en el momento que resucita, que es importante, se le sacrifica.

Un saludo