jueves, 25 de octubre de 2007

Los periódicos y el síndrome de la minifalda

"Es que iba provocando". Con estas palabras, u otras similares, se solía relativizar -y aún se suele seguir haciendo- infinidad de agresiones sexuales contra la mujer, creando incluso jurisprudencia en más de una sonora sentencia. La culpabilización de la víctima se esconde así en el plisado de una falda que se precipita a más o menos centímetros de la rodilla, en el escote generoso en transparencias, o en ese carmín tan subido de tono que, según sus detractores, lo convierten en violentamente irresistible para la testosterona cándida del violador.

Así la violencia ejercida contra la anatemizada hembra, se percibe como una suerte de venganza bíblica que restituye de forma ejemplarizante el equilibrio roto por su exhibicionista comportamiento. Y el agresor, reivindicado por la ley de los jueces y la sabiduría rancia de Perogrullo, conserva intacta su prepotencia de poder en lo alto de su torre de fálico marfil. Porque, a fin de cuentas y en última instancia, quien muestra carne, carne quiere; uno no es de piedra, y luego pasa lo que pasa.

Sin duda, estos argumentos escandalizarían a cualquiera que tuviera no sólo una mentalidad liberal, sino simplemente el más mínimo de sentido común. Incluso no faltarían periodistas sensibilizados que desde las páginas de los más serios, rigurosos y progresistas diarios lanzarían los más encendidos artículos y editoriales, para denunciar tan inadmisibles comportamientos sociales y judiciales.

Y, sin embargo, el manido argumento de la minifalda exhibicionista sigue llenando páginas y páginas de esos mismos diarios cuando de lo que se trata es de salvaguardar el buen orden social e internacional. De este modo, por ejemplo, los españoles podemos comprender un poco mejor por qué atacan a nuestras tropas y matan a nuestros soldados en el Líbano, tras conocer que este país tiene la provocativa desfachatez de romper el alto el fuego y disparar contra los aviones israelíes que cándidamente penetran en su espacio aéreo.

O nos descubren indignados como Venezuela, convertida en los últimos años en país minifalda por excelencia, tiene la osadía de reformar su constitución para recortar las libertades civiles en caso de emergencia. Nos ponen de nuevo en guardia ante ese iluminado sátrapa Hugo Chávez, aspirante a la eterna reelección, encaprichado en tener una constitución a medida, con las mismas disparatadas posibilidades que otorga, sin ir más lejos, la actual Constitución española.

Son ganas de provocar. Y, claro, luego pasa lo que pasa.

viernes, 19 de octubre de 2007

Mentiras sin sexo y cintas de vídeo



Hace tiempo que la actividad política en España se ha convertido en un ejercicio virtual de sombras chinescas, que nos entretiene en su proyección mientras la platónica realidad parece estar en otra parte. Eso explica en gran medida la afición cinematográfica que en las últimas semanas los dos grandes partidos están demostrando en su lucha por llevarse el gato electoral a sus respectivas aguas.

Obviamente, no se trata de una inclinación cinéfila a lo arte y ensayo, con sesudos debates de cine-club clandestino del tardo-franquismo. No, en realidad, se limitan a moverse por el espacio amable del video doméstico, como propuesta segura para atraer la atención del votante y televidente, o más exactamente, del nuevo televotante. La democracia adquiere de este modo un nuevo carácter, que cede los espacios participativos de antaño -la calle, la fábrica, el parlamento, el casino provinciano o el café- para dar paso a un nuevo referente de pluralidad en el universo divertido del YouTube.

Y es que la cosa ha ido degenerando velozmente. Muy lejos queda ya la mínima calidad formal con que se planteara Hay motivo. Ahora todo vale. Desde el candoroso video de las Juventudes Socialistas, a la caspa audiovisual que generó como réplica. Del solemne y decimonónico Mariano Rajoy convertido en una suerte de Agustina de Aragón defensora de la bandera nacional, a José Luis Rodríguez Zapatero como encarnación de una simpática Sor Citroën dispuesta a cantarnos los logros de su gobierno acompañada por los eucarísticos acordes de una guitarra.

No es extraño que ante este panorama el neonato Público nos plantee el juego de hallar las siete diferencias entre las imágenes contrastadas del presidente del Gobierno y el pretendido líder de la oposición. Un entretenimiento amable y familiar con que los mass media nos recuerdan, una vez más, lo gratificante que puede ser seguir viviendo en el sistema ideado por don Antonio Cánovas del Castillo. Menos mal que, desde dentro, Gaspar Llamazares nos prepara para esa lucha final en las barricadas de Second Life.

sábado, 6 de octubre de 2007

La salsa y el monarca




Las fronteras que separan la exageración del despropósito nunca han sido terrero seguro. El pescador, por ejemplo, siempre ha sido propenso a “exagerar” las dimensiones de sus capturas. Sin embargo, el aficionado a las artes del anzuelo y el sedal es consciente de que su auditorio sólo aparentará un mínimo interés por sus hazañas si las desproporciones entre el tamaño de sus piezas y las medidas fantasiosas de su relato se ajustan a un básico nivel de sentido común mutuamente acordado. Transformar sardinas en atunes puede ser tolerado como un simpático gesto de complicidad y refuerzo de la autoestima de nuestro amigo el pescador. Pero transformarlas en ballenas sería tal despropósito que no podríamos seguir escuchando el relato sin comenzar a tener la sospecha de que nuestro interlocutor nos está tomando por imbéciles.

Lamentablemente, en los últimos tiempos, esa mínima ponderación que impide pasar de la exageración al despropósito se hace cada día más tenue en las aburridas sociedades avanzadas, donde los medios de comunicación se muestran ávidos de excitantes narraciones y los poderes políticos ansían hallar la truculenta historia que mantenga al respetable público atento en sus asientos y sin molestar. Uno de estos últimos episodios se vivió esta semana. Y como no podía ser de otra forma desde aquel 11 de septiembre neoyorquino, lo hizo siguiendo la estela temática del terrorismo global, un argumento que está resultando tan rentable que, sin duda, habría hecho las delicias de aquellos productores cinematográficos de los años de Guerra Fría que, entre platillos volantes y criaturas monstruosas, dejaban entrever los maléficos planes de un “Planeta Rojo” con capital en Moscú.

Porque resulta difícil considerar sólo una “exagerada” forma de velar por la seguridad ciudadana y la estabilidad de la democracia, la decisión de evacuar varias calles del Soho londinense porque alguien confundió el aroma de la suculenta salsa nam prik pao que afanosamente preparaba el cocinero del restaurante tailandés Thai Cottage Chalemchai Tangjariyapoon, con un supuesto ataque químico orquestado desde alguna tenebrosa cueva en algún recóndito país. De hecho, ni la enfermiza imaginación de Ed Wood habría podido idear para alguna de sus películas, el despropósito de la impactante entrada de los equipos especiales de bomberos en las cocinas para aislar y neutralizar tan sabroso acompañamiento para las gambas.

Tampoco faltan ejemplos de esta tendencia a la desproporción por estas tierras españolas, tan dadas por lo natural a la exageración y a la sobreactuación. Qué otra cosa sino puede considerarse la llamada a rebato que en los últimos tiempos están protagonizando los más variados abanderados de la monarquía desde que la revista satírica El jueves osó dejar a los Príncipes de Asturias con el culo al aire. No en vano, tras el ondear de unas -por desgracia- pocas banderas republicanas, algunos parecen empeñados en equiparar la quema de cuatro fotocopias con la imagen de los ciudadanos Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia, con el último paso que dio Luis XVI antes de que Charles Henri Sanson accionara el dispositivo de la guillotina sobre su cabeza. Sólo que ahora la gesta ingenua de unos adolescentes antimonárquicos está acabando ante los tribunales y puede terminar entre barrotes para algún infeliz.

En última instancia, detrás de estas aparatosas actuaciones en defensa del orden no hay más que un afán interesado por hacer ruido y amedrentar a las ya de por sí pusilánimes audiencias. Remover las aguas mediáticas buscando, como no podría ser de otra forma hablando de exageraciones, una “ganancia de pescadores” conseguida a costa de enturbiar los fondos con lodo. Lo sorprendente, en cualquier caso, es que todavía no falte quien esté dispuesto a tragarse el anzuelo.