lunes, 26 de marzo de 2007

Zaplana, los aviones y las lentejas

Desde Ícaro, el sueño del hombre por volar ha sido una de las constantes de la historia de los deseos. Tal vez por ello, cuando los ingeniosos bocetos de Leonardo son ya poco más que una antigualla en la compleja técnica de la aeronáutica, la experiencia de surcar los cielos continúa generando un sentimiento de poder, aunque sólo sea por la pequeñez en que vemos reducido un mundo a nuestros pies, desde la ventanilla del avión.

Esto explica, posiblemente, la inclinación por los altos vuelos que tan a menudo hallamos en la política. Relación que, sin duda, encuentra su principal plasmación en esa simbiosis inseparable que se da entre el imperialismo norteamericano de rostro hortera y un aparato como el Air Force One, el avión del presidente.

En nuestro país, los lazos entre aviación y política han tenido un carácter más castizo. Memorable fue, en este sentido, la experiencia protagonizada el 3 de abril de 1988 por el entonces vicepresidente Alfonso Guerra que tras unos días de descanso en El Algarve, no dudó en solicitar un Mystère de la Fuerza Aérea para sortear la caravana de vehículos que hacían cola en la frontera y poder llegar a tiempo a Sevilla para disfrutar la corrida en La Maestranza.

Han pasado casi veinte años desde entonces, pero la atracción por las alturas parece no conocer vértigos entre los próceres de la patria. Si bien es cierto que hace tiempo que quedaron atrás las formas izquierdistas de aquel amigo de los descamisaos, y los nuevos vientos neoliberales también han hecho su entrada en los deslices voladores de nuestros gobernantes. Véase, si no, los afanes privatizadores del actual portavoz del PP, Eduardo Zaplana, que no dudó en gastar unos 150.000 euros de las arcas del Estado, para viajar en Jet privados durante los menos de dos años que estuvo al frente del ministerio de Trabajo.

Por que el más bronceado de los políticos españoles, el eterno amigo de Julio Iglesias, no podía permitirse el lujo de viajar en transporte público, aunque fuese el puente aéreo. A fin de cuentas, la generosidad empieza por uno mismo y el cartagenero siempre ha tenido fama de dadivoso: los 182.556 euros procedentes de fondos públicos invertidos en regalos así lo atestiguan. Ay, que tiempos aquellos en que un pañuelo de seda twill o un echarpe unie brodee cachemir, permitían tener bien atada la unidad de España.

Aunque es en los pequeños detalles dónde la personalidad desprendida del dirigente popular queda mejor retratada. En esas facturas de 60 euros para que el Estado le devolviera la aportación realizada en una cuestación caritativa, o en los justificantes de compra para que le abonaran los 50 céntimos que tuvo que pagar por un paquete de chiclés, o los 1,29 euros por unas lentejas.

Y es que las dificultades por llegar a fin de mes, no son patrimonio exclusivo de Esperanza Aguirre. Hace ya mucho tiempo que Zaplana se lo había confesado a su amigo Salvador Palop: “tengo que ganar mucho dinero, me hace falta mucho dinero para vivir”. Por entonces, el dirigente del PP soñaba con un coche nuevo, aquel radiante Vectra 16 válvulas. Claro que, pasaron los años y... ¡dónde esté un avión!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es increible que este tipo no esté todavía en la cárcel, y además sigue chuleando desde la oposición, y sigue haciéndolo con un desdén digno de un califa. Tengo una duda: lo que se gastó en que le hicieran las mamaditas mientras tuvo cargos, ¿también lo pagamos desde las arcas públicas?
Rebeca