Durante los últimos meses nos hemos acostumbrado en España a que la vida política y social discurra entre el tartamudeo y el alarido. En el primer caso parece encontrarse el gobierno y los socialistas, con José Luis Rodríguez Zapatero a la cabeza, que desde que descubrieron que el prometido y necesario proceso de paz no iba a discurrir por el camino de rosas de los eslóganes publicitarios, parecen sumidos en un balbuceo silábico sin solución.
Y es que, Ferraz y Moncloa han optado por el titubeo como mecanismo de defensa política. Emulan, de este modo, al Claudio de Robert Graves, tan magistralmente encarnado para la BBC en los años 70 por Derek Jacobi como aquel personaje que supo convertir su tartamudez en una máscara de imbecilidad con la que sobrevivir en la Roma, imperial y sangrienta, de los Julio-Claudios.
Sólo esa apuesta por el discurso entrecortado, explica la patética foto de los parlamentarios navarros del PSN-PSOE, con su candidato Fernando Puras al frente, comprometiéndose por escrito a no promover ni votar ninguna iniciativa tendente a unir Navarra con el País Vasco. Pretendían, así, contrarrestar la embestida de las legiones del PP, convocadas para ese día en Pamplona. Para ello, querían demostrar la misma repulsión hacia esa posible unificación recogida no sólo en las abyectas páginas de una reeditada Alternativa KAS, sino planteada explícitamente en la tan loada Constitución, un detalle éste que, ahora, ni socialistas ni populares parecen recordar mientras se dedican a proclamar su navarridad con golpes de pecho.
No menos ridículo, después del culebrón de Iñaki de Juana Chaos, ha sido el sainete organizado en torno al juicio contra Ornaldo Otegi, retirando el fiscal su petición de un año y dos meses de prisión por un delito tan etéreo como el enaltecimiento del terrorismo durante el homenaje a la activista de ETA, Olaya Castresana. Eso sí, el ministerio fiscal se iluminó retirando las acusaciones, sólo una vez había concluido un aparatoso operativo policial para detener en su domicilio al líder de la izquierda abertzale, después de que éste no compareciera ante la Audiencia Nacional a la hora indicada por encontrar bloqueadas las carreteras por la nieve: ¡tal y como estaban informando todas las televisiones!
El problema es que con estos amagos e indecisiones que están caracterizando el talante Zapatero, queda reforzado el discurso ultra de la derecha realmente existente en esta país. Si una propuesta democrática y legítima, que compete en última instancia a la decisión libre de los navarros, se asume como algo vergonzoso de lo que hay que desmarcarse como de un apestado, flaco favor se le hace al sereno debate político y a la madurez crítica de los ciudadanos. Del mismo modo, si tenemos que pasear a personas esposadas para demostrarla a la caverna nuestra firmeza de cristianos viejos en la fe del Estado, mal lo tenemos para encauzar una normalización política que difícilmente puede pasar por la exclusión de la izquierda abertzale.
Por desgracia, los barros de antaño, las leyes de partidos, las catalogaciones genéricas e inquisitoriales en el cajón de sastre de los violentos donde cabe todo; están provocando ahora estos lodos de indecisión. Frente a ello, los socialistas, como Claudio, han optado por esconderse tras el tartamudeo, convencidos de que, al final, el ciudadano de pie recibe con mayor simpatía la lengua trapajosa, que el alarido.
Puede que los augures demoscópicos les den la razón. Aunque en cualquier caso, no harían mal recordando que a Claudio sus limitaciones oratorios no le impedían tener clara su idea del Imperio. Pero, sobre todo, sería crucial que en Ferraz y en Moncloa tengan presente que la tartamudez del viejo emperador no le evitó, al fin, su muerte envenenado. Por ello, y aunque sólo fuera por lo último, no estaría de más que volvieran también su mirada hacia el sabio Demóstenes y comenzaran a domar su voz, llenándose la boca de piedrecitas frente al mar.
Y es que, Ferraz y Moncloa han optado por el titubeo como mecanismo de defensa política. Emulan, de este modo, al Claudio de Robert Graves, tan magistralmente encarnado para la BBC en los años 70 por Derek Jacobi como aquel personaje que supo convertir su tartamudez en una máscara de imbecilidad con la que sobrevivir en la Roma, imperial y sangrienta, de los Julio-Claudios.
Sólo esa apuesta por el discurso entrecortado, explica la patética foto de los parlamentarios navarros del PSN-PSOE, con su candidato Fernando Puras al frente, comprometiéndose por escrito a no promover ni votar ninguna iniciativa tendente a unir Navarra con el País Vasco. Pretendían, así, contrarrestar la embestida de las legiones del PP, convocadas para ese día en Pamplona. Para ello, querían demostrar la misma repulsión hacia esa posible unificación recogida no sólo en las abyectas páginas de una reeditada Alternativa KAS, sino planteada explícitamente en la tan loada Constitución, un detalle éste que, ahora, ni socialistas ni populares parecen recordar mientras se dedican a proclamar su navarridad con golpes de pecho.
No menos ridículo, después del culebrón de Iñaki de Juana Chaos, ha sido el sainete organizado en torno al juicio contra Ornaldo Otegi, retirando el fiscal su petición de un año y dos meses de prisión por un delito tan etéreo como el enaltecimiento del terrorismo durante el homenaje a la activista de ETA, Olaya Castresana. Eso sí, el ministerio fiscal se iluminó retirando las acusaciones, sólo una vez había concluido un aparatoso operativo policial para detener en su domicilio al líder de la izquierda abertzale, después de que éste no compareciera ante la Audiencia Nacional a la hora indicada por encontrar bloqueadas las carreteras por la nieve: ¡tal y como estaban informando todas las televisiones!
El problema es que con estos amagos e indecisiones que están caracterizando el talante Zapatero, queda reforzado el discurso ultra de la derecha realmente existente en esta país. Si una propuesta democrática y legítima, que compete en última instancia a la decisión libre de los navarros, se asume como algo vergonzoso de lo que hay que desmarcarse como de un apestado, flaco favor se le hace al sereno debate político y a la madurez crítica de los ciudadanos. Del mismo modo, si tenemos que pasear a personas esposadas para demostrarla a la caverna nuestra firmeza de cristianos viejos en la fe del Estado, mal lo tenemos para encauzar una normalización política que difícilmente puede pasar por la exclusión de la izquierda abertzale.
Por desgracia, los barros de antaño, las leyes de partidos, las catalogaciones genéricas e inquisitoriales en el cajón de sastre de los violentos donde cabe todo; están provocando ahora estos lodos de indecisión. Frente a ello, los socialistas, como Claudio, han optado por esconderse tras el tartamudeo, convencidos de que, al final, el ciudadano de pie recibe con mayor simpatía la lengua trapajosa, que el alarido.
Puede que los augures demoscópicos les den la razón. Aunque en cualquier caso, no harían mal recordando que a Claudio sus limitaciones oratorios no le impedían tener clara su idea del Imperio. Pero, sobre todo, sería crucial que en Ferraz y en Moncloa tengan presente que la tartamudez del viejo emperador no le evitó, al fin, su muerte envenenado. Por ello, y aunque sólo fuera por lo último, no estaría de más que volvieran también su mirada hacia el sabio Demóstenes y comenzaran a domar su voz, llenándose la boca de piedrecitas frente al mar.
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