Benedicto XVI nos lo dejó claro esta semana: el infierno existe y la condena es eterna. Lo hizo durante su homilía en una iglesia cuyo nombre -la Santa Felicidad-, parecía elegido para incrementar el desasosiego de los descarriados, de los que ya intuimos una futura vida incorpórea entre los azufres de la Maligna Desdicha.
Hace bien Joseph Ratzinger refrescándonos la memoria sobre los amenazantes calores infernales, pues, como él mismo se lamenta, este es un tema del que se habla poco. De hecho, hasta la Santa Madre Iglesia se ha mostrado en los últimos años relajada en este asunto, mostrándose más preocupada por las implicaciones teológicas del condón o el siempre desinteresado papel evangelizador de los colegios concertados, auténtico maná divino para las arcas clericales del siglo XXI, por obra y gracia de las ayudas del Estado.
Lo cierto es que, por unas cosas o por otras, Roma y la siempre comprometida Conferencia Episcopal llevaban demasiado tiempo sin advertir a la feligresía de las amenazantes calderas de Pedro Botero. Algo imperdonable para los representantes de Dios en la Tierra, ya que, a fin de cuentas, fue el Divino quien se sacó de su manga demiúrgica un infierno donde mandar al desdichado Luzbel por negarse a obedecer ciegamente sus órdenes.
Así, sin infierno hemos estado viviendo todos estos años, dejándonos llevar por un frenesí hedonista vendido a cómodos plazos por los grandes almacenes. Tan felices y contentos pese a que, de vez en cuando, algún informativo nos dejase entrever su existencia maldita junto alguna esquina de Bagdad, en la que, por fortuna, nosotros nunca estaríamos.
En cualquier caso, el olvido infernal tampoco les ha ido mal a los guardianes del Bien absoluto. Porque ignorando el Infierno, tampoco nos acordamos del Paraíso y nos adaptamos, de este modo, a nuestro purgatorio cotidiano de soledades, precariedad, hipotecas y patatas fritas congeladas de Carrefour.
Pero claro, las esencias son las esencias. Y si George Bush lanza una cruzada contra el eje del Mal y Mariano Rajoy saca las escuadras falangistas contra la conspiración judeo-islamista y separatista roja, ¡cómo no va echar mano del Diablo un vicario de Cristo que, antes que papa fue inquisidor!
Y mientras tanto Zapatero está en contra de que se juzgue a los responsables de la guerra de Iraq, le encanta la monarquía, insiste en ilegalizar a la izquierda abertazle e ignora cuánto cuesta un café. En fin, que Dios nos pille confesados.
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