Antonio Palomares, ex secretario general de los comunistas valencianos, ex diputado autonómico y uno de los padres redactores del primer Estatut de autonomía del País Valenciano, falleció ayer en el hospital La Fe de Valencia, a la edad de 78 años, víctima de un tumor. Hombre de firmes convicciones y talante dialogante, Palomares se hallaba en los últimos años apartado de la vida política activa, aunque mantenía sus vínculos con el Partido Comunista del País Valencià y en los últimos años trabajaba en la redacción de las memorias de su vida.
Una vida que se inició en 1929 en una casa de El Robledo, Albacete, donde el futuro dirigente de izquierdas abrazaría el ideario comunista casi desde la cuna. Y desde aquellos primeros pasos, también comprobaría el duro precio que había que pagar por mantenerse fiel a estos ideales, cuando con sólo cinco años de edad fuera testigo de cómo la guardia civil irrumpía en su casa para detener a su padre, candidato del PCE en las elecciones de 1933.
El reencuentro con su padre se produciría en víspera del estallido de la guerra civil. Una contienda, y una derrota, que marcaría la adolescencia y primera juventud de Palomares. En 1939 seguirá el camino de tantos republicanos españoles y marchará al exilio en Francia, donde pasaría por la dura experiencia de los campos de concentración de la playa de Argelès.
Pero no será ésta la única prueba que debió afrontar por aquellos años, cuando marchó al centro de Francia junto a su familia, realizando todo tipo de trabajo desde aprendiz de panadero a pintor, pasando por cuidador de vacas. En ese periplo geográfico y profesional le sorprendería mayo de 1940, cuando las tropas alemanas de Hitler superaron la línea Maginot iniciando la invasión de Francia. Comenzaba así la ocupación, pero también la resistencia. En 1944, con sólo 15 años de edad, Antonio Palomares inicia su colaboración con las fuerzas maquis de FTPF, iniciándose así un compromiso personal que al año siguente afianzaría tras ingresar oficialmente en el PCE.
Desde entonces sus responsabilidades políticas serán contínuas. Entre 1947 y 1958 es miembro de la dirección de las Juventudes Socialistas Unificadas de Francias y colabora en el frustrado intento de retomar la actividad militar en España con la incursión a través del Valle de Arán. El fracaso de la lucha armada contra la dictadura de Franco, le llevará a desempeñar nuevos cometidos en el difícil y peligroso trabajo de articular una oposición clandestina, reorganizando el aparato del Partido Comunista dentro del país.
Con este objetivo retorna a España en 1956, donde colabora con el dirigente Julián Grimau, detenido y fusilado en 1963. La caída de una de aquellas células comunistas, con la detención Timoteo Ruiz, llevará a Palomares hasta tierras valencianas por aquellos años.
Escudado en su profesión de vendedor de libros a domicilio, Antonio Palomares pondrá en marcha el comité provincial del Partido, recorriendo las tierras valencianas en la clandestinidad, oculto tras el nombre de guerra de Marcos el griego y contactando con los principales focos de resistencia política y sindical. Sin embargo, la caída en noviembre del 1968 de CC OO en Valencia y la aparición de algunos ejemplares de Mundo Obrero en el domicilio de algunos detenidos, puso a la brigada político social sobre la pista de Palomares.
Poco después es detenido y sometido a la más brutal tortura. Los golpes y descargas eléctricas hicieron mella en cuerpo. Su sistema respiratorio se ve afectado e, incluso, su estatura disminuye cuatro centímetros. Pese al dolor insufrible, ningún nombre saldría de los labios de Antonio Palomares para desesperación de sus torturadores. Se forjaba así su fama de hombre duro y de líder carismático entre los comunistas valencianos.
El escándalo que siguió tras publicarse unas fotografías del rostro desfigurado de Palomares fue tal que el régimen, incluso, se vio obligado a relevar de su puesto al comisario Manuel Ballesteros —que ocuparía años después destacados puestos policiales con el gobierno de Felipe González— y a archivar el proceso, ante el temor a las repercusiones de un posible juicio.
Tras abandonar la prisión, donde pasó nueve meses, su figura se confirmaría como clave en la creación de una oposición democrática en Valencia, participando en diferentes encuentros con otras fuerzas opositoras en iniciativas como las cenas del Ateneo Mercantil, o la creación de la Junta Democrática o la Taula de Forces Polítiques i Sindicals del País Valencià.
De forma paralela, liderará el comité de País encargado de coordinar las agrupaciones del PCE en la Comunitat, hasta que a finales de 1976 la primera conferencia acordó la constitución del Partit Comunista del País Valencià, a cuyo frente se situaría como primer secretario general hasta la celebración del primer congreso. Tras la legalización del partido y recuperadas las libertades democráticas, Palomares ocuparía escaño en el Congreso de Diputados durante las legislaturas de 1977 y 1982. Este último año, participaría como ponente en la redacción del Estatut de Benicàssim. Será en el parlamento autonómico donde afrontará desde 1983 sus últimos años de vida política en activo hasta su retirada de la primera línea en 1987.
La muerte le atacó a escondidas, mientras seguía lleno de rebeldía.
Una vida que se inició en 1929 en una casa de El Robledo, Albacete, donde el futuro dirigente de izquierdas abrazaría el ideario comunista casi desde la cuna. Y desde aquellos primeros pasos, también comprobaría el duro precio que había que pagar por mantenerse fiel a estos ideales, cuando con sólo cinco años de edad fuera testigo de cómo la guardia civil irrumpía en su casa para detener a su padre, candidato del PCE en las elecciones de 1933.
El reencuentro con su padre se produciría en víspera del estallido de la guerra civil. Una contienda, y una derrota, que marcaría la adolescencia y primera juventud de Palomares. En 1939 seguirá el camino de tantos republicanos españoles y marchará al exilio en Francia, donde pasaría por la dura experiencia de los campos de concentración de la playa de Argelès.
Pero no será ésta la única prueba que debió afrontar por aquellos años, cuando marchó al centro de Francia junto a su familia, realizando todo tipo de trabajo desde aprendiz de panadero a pintor, pasando por cuidador de vacas. En ese periplo geográfico y profesional le sorprendería mayo de 1940, cuando las tropas alemanas de Hitler superaron la línea Maginot iniciando la invasión de Francia. Comenzaba así la ocupación, pero también la resistencia. En 1944, con sólo 15 años de edad, Antonio Palomares inicia su colaboración con las fuerzas maquis de FTPF, iniciándose así un compromiso personal que al año siguente afianzaría tras ingresar oficialmente en el PCE.
Desde entonces sus responsabilidades políticas serán contínuas. Entre 1947 y 1958 es miembro de la dirección de las Juventudes Socialistas Unificadas de Francias y colabora en el frustrado intento de retomar la actividad militar en España con la incursión a través del Valle de Arán. El fracaso de la lucha armada contra la dictadura de Franco, le llevará a desempeñar nuevos cometidos en el difícil y peligroso trabajo de articular una oposición clandestina, reorganizando el aparato del Partido Comunista dentro del país.
Con este objetivo retorna a España en 1956, donde colabora con el dirigente Julián Grimau, detenido y fusilado en 1963. La caída de una de aquellas células comunistas, con la detención Timoteo Ruiz, llevará a Palomares hasta tierras valencianas por aquellos años.
Escudado en su profesión de vendedor de libros a domicilio, Antonio Palomares pondrá en marcha el comité provincial del Partido, recorriendo las tierras valencianas en la clandestinidad, oculto tras el nombre de guerra de Marcos el griego y contactando con los principales focos de resistencia política y sindical. Sin embargo, la caída en noviembre del 1968 de CC OO en Valencia y la aparición de algunos ejemplares de Mundo Obrero en el domicilio de algunos detenidos, puso a la brigada político social sobre la pista de Palomares.
Poco después es detenido y sometido a la más brutal tortura. Los golpes y descargas eléctricas hicieron mella en cuerpo. Su sistema respiratorio se ve afectado e, incluso, su estatura disminuye cuatro centímetros. Pese al dolor insufrible, ningún nombre saldría de los labios de Antonio Palomares para desesperación de sus torturadores. Se forjaba así su fama de hombre duro y de líder carismático entre los comunistas valencianos.
El escándalo que siguió tras publicarse unas fotografías del rostro desfigurado de Palomares fue tal que el régimen, incluso, se vio obligado a relevar de su puesto al comisario Manuel Ballesteros —que ocuparía años después destacados puestos policiales con el gobierno de Felipe González— y a archivar el proceso, ante el temor a las repercusiones de un posible juicio.
Tras abandonar la prisión, donde pasó nueve meses, su figura se confirmaría como clave en la creación de una oposición democrática en Valencia, participando en diferentes encuentros con otras fuerzas opositoras en iniciativas como las cenas del Ateneo Mercantil, o la creación de la Junta Democrática o la Taula de Forces Polítiques i Sindicals del País Valencià.
De forma paralela, liderará el comité de País encargado de coordinar las agrupaciones del PCE en la Comunitat, hasta que a finales de 1976 la primera conferencia acordó la constitución del Partit Comunista del País Valencià, a cuyo frente se situaría como primer secretario general hasta la celebración del primer congreso. Tras la legalización del partido y recuperadas las libertades democráticas, Palomares ocuparía escaño en el Congreso de Diputados durante las legislaturas de 1977 y 1982. Este último año, participaría como ponente en la redacción del Estatut de Benicàssim. Será en el parlamento autonómico donde afrontará desde 1983 sus últimos años de vida política en activo hasta su retirada de la primera línea en 1987.
La muerte le atacó a escondidas, mientras seguía lleno de rebeldía.
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