
Así la violencia ejercida contra la anatemizada hembra, se percibe como una suerte de venganza bíblica que restituye de forma ejemplarizante el equilibrio roto por su exhibicionista comportamiento. Y el agresor, reivindicado por la ley de los jueces y la sabiduría rancia de Perogrullo, conserva intacta su prepotencia de poder en lo alto de su torre de fálico marfil. Porque, a fin de cuentas y en última instancia, quien muestra carne, carne quiere; uno no es de piedra, y luego pasa lo que pasa.
Sin duda, estos argumentos escandalizarían a cualquiera que tuviera no sólo una mentalidad liberal, sino simplemente el más mínimo de sentido común. Incluso no faltarían periodistas sensibilizados que desde las páginas de los más serios, rigurosos y progresistas diarios lanzarían los más encendidos artículos y editoriales, para denunciar tan inadmisibles comportamientos sociales y judiciales.
Y, sin embargo, el manido argumento de la minifalda exhibicionista sigue llenando páginas y páginas de esos mismos diarios cuando de lo que se trata es de salvaguardar el buen orden social e internacional. De este modo, por ejemplo, los españoles podemos comprender un poco mejor por qué atacan a nuestras tropas y matan a nuestros soldados en el Líbano, tras conocer que este país tiene la provocativa desfachatez de romper el alto el fuego y disparar contra los aviones israelíes que cándidamente penetran en su espacio aéreo.
O nos descubren indignados como Venezuela, convertida en los últimos años en país minifalda por excelencia, tiene la osadía de reformar su constitución para recortar las libertades civiles en caso de emergencia. Nos ponen de nuevo en guardia ante ese iluminado sátrapa Hugo Chávez, aspirante a la eterna reelección, encaprichado en tener una constitución a medida, con las mismas disparatadas posibilidades que otorga, sin ir más lejos, la actual Constitución española.
Son ganas de provocar. Y, claro, luego pasa lo que pasa.