Sus Satánicas Majestades no dejan de sorprendernos. Si hace unos meses era Keith Richards quien desvelaba su travesura –luego desmentida- de haber esnifado las cenizas de su difunto padre, ahora es un colaborador de Mick Jagger quien nos descubre la que, sin duda, no será la última extravagancia que nos depare el más canalla de los Rolling Stone.
El caso es que, al parecer, el mítico artista, acomplejado por ciertos comentarios de su ex amante Janice Dickenson sobre el tamaño de su miembro viril, no tuvo mejor ocurrencia que someterse a la iniciática ceremonia de una supuesta tribu amazónica. El secreto ritual en cuestión consistía según ha transcendido, en introducir el pene en una caña de bambú donde le aguardaban las picaduras de decenas de abejas; ceremonia que, según los expertos en este tipo de prácticas, logra incrementar tanto las dimensiones del órgano en cuestión, como los furores eróticos de quien la realiza.
En cualquier caso, el interés por la historia no se centra en verificar los resultados del animista rito, sino en contrastar como, al final, detrás de las provocadoras poses del sexagenario cantante, no se esconde el espíritu desafiante de un transgresor, sino la más primaria de las obsesiones de cualquier macho humano: ver quién la tiene más grande.
Un afán por proyectar el glande hacia el infinito que, en el tránsito de la caverna a la sociedad digital, ha ido complicándose freudianamente hasta sublimarse en las más variadas manifestaciones. Porque, ¿qué otra cosa más que esa búsqueda del gran falo puede latir detrás de, por ejemplo, los esfuerzos de algún dirigente popular en tierras africanas para “hinchar” las urnas con votos adquiridos al módico precio de un bono por alimentos? ¿Cómo si no iban a encontrar valor algunos pupilos de Carlos Fabra para invocar los demoníacos conjuros que han debido de ser necesarios para lograr el no menos milagroso “alargamiento” de los censos municipales?
Se consuma así la simbiosis clásica entre el inconsciente sicalíptico y la erótica del poder. Erótica que, en cualquier caso, podemos rastrear no sólo por las libidinosas geografías de la política, sino también en las lubricadas ciénagas de la economía. Desesperado deseo de la gran verga superlativa del mercado continuo, como el que hallamos agazapado entre las operaciones financieras de mi paisano Enrique Bañuelos en Astroc, con las que “estirar” a cualquier precio la más flácida cuenta de resultados.
Claro que, eso sí, entre Mick Jagger y los Fabras y Bañuelos de turno, hay una diferencia clave en este tipo de rituales chamanísticos: estos últimos nunca sienten el más mínimo escozor por las picaduras. No porque sean inmunes a las furibundas abejas, sino porque, en estos casos, sus aguijones siempre se acaban clavando en nuestros indefensos genitales.
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