Allá por el siglo XIX, el tan denostado Karl Marx puso al descubierto la perversión de un sistema que transformaba a las personas en meras mercancías. Ahora, el capitalismo globalizado y virtual parece maduro para una nueva vuelta de rosca: convertir en mercancía hasta la misma muerte.
Ocurrirá en el canal de televisión holandés Nederland 3 donde Lisa, de 37 años, deberá de elegir cuál de los tres participantes de un concurso obtiene uno de sus riñones para el trasplante que necesita, premio que sólo podrá cobrar después de que el tumor cerebral que sufre la mujer le haya corroído el resto de sus vísceras. El público, desde sus casas, podrá votar a favor de su moribundo favorito, llorar por sus tristes historias y deleitarse con las más variadas novedades comerciales con que será bombardeado durante las inevitables pausas publicitarias que , tal vez, en esta ocasión, servirán también para que los integrantes del programa puedan recibir asistencia médica de urgencia o, en caso de necesidad, la extrema unción.
La idea, que partió del canal BNN y está producida por Endemol, la misma productora responsable de experimentos de calidad de la talla de Gran Hermano, no es nueva en realidad. Al fin y al cabo, desde los primeros ritos epipaleolíticos la muerte ha impactado con una fuerza sin par en el imaginario colectivo. La misma Iglesia católica fija sus raíces en una ejecución y la Historia del Arte está repleta de una suerte de iconografía del sufrimiento con la que ilustrar los más morbosos pasajes del santoral. Hasta Peter Greenaway se adentró por las más oscuras obsesiones por inmortalizar la presencia de la muerte, en un filme tan tediosamente fascinante como Zoo.
Sin embargo, no es la sublimación de un absoluto lo que persigue la productora, sino devolver a los espectadores a la vieja fórmula de la muerte en directo, que tan buenos resultados dio en las arenas de Roma y en los Autos de Fe. Ahora, prohibidas las ejecuciones públicas a garrote o paredón, el respetable público puede volver a disfrutar del espectáculo cómodamente desde sus casas, democráticamente interactivo y, encima, sin la incordiante presencia de las moscas merodeando los cadáveres.
Mejor aún. El telespectador puede saborear del banquete necrológico, con la tranquilidad de estar presenciando una humanitaria propuesta de sensibilización, como insisten los responsables de BNN recordando que el programa es un homenaje al creador del canal, fallecido hace unos años por una dolencia renal. Todo un detallazo. Hasta puede que la idea encuentre eco por los pasillos de la Conselleria de Sanidad y Rafael Blasco la asuma dentro de algún rimbombante plan de choque. Incluso se podría retransmitir a través de la macropantalla millonaria que conselleria retiró de la entrada a Valencia y de la que, ahora, se desconoce su paradero. Mariano Rajoy se lo agradecería. Seguro que serían cuatro puntos más de ventaja en las próximas generales.
PD.- Al final, en el último minuto, el espectador pudo lanzar un suspiro de alivio cuando el presentador de la BNN anunció que Lisa no era una moribunda, que los auténticos muertos éramos nosotros. Después, con su traje cirquense, entre luces multicolores, música y caballos con penachos dando vueltas alrededor, saltó con un doble mortal hasta el centro de la pista para caer en lomos de un elefante y lanzar la vieja soflama: ¡¡¡El espectáculo debe continuar!!!
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